Ingenio y picardía en el habla popular mexicana: albur y calabur.

Wit and mischief in Mexican popular speech: albur and calabur.

DOI: 10.32870/argos.v10.n26.8.23b

Blanca Estela Ruiz Zaragoza
Universidad de Guadalajara (MÉXICO)
CE: blanca.ruiz@académicos.udg.mx
https://orcid.org/0009-0009-3436-6266

Esta obra está bajo una Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional. .

Recepción: 30/03/2023
Revisión: 14/04/2023
Aprobación: 19/05/2023

 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Ruiz, 2023, p. _)

En lista de referencias:
Ruiz, B.E. (2023). Ingenio y picardía en el habla popular mexicana: albur y calabur. Revista Argos. 10(26). 132-146 DOI:10.32870/argos.v10.n26.8.23b

           
   

Resumen:
El lenguaje popular mexicano ha encontrado en el albur y en el calabur, un divertimento del ingenio para encriptar mensajes de naturaleza sexual de forma pícara. Se trata de un diálogo en donde un emisor disfraza un mensaje de doble sentido (albur) y un receptor, bajo el mismo código, lo responde ágil y rápidamente (calabur).

Este artículo aborda la presencia de ese juguete de la lengua como un fenómeno cultural que tal vez algunos consideren obsceno, por la naturaleza sicalíptica de sus mensajes; quizá otros, una forma de pertenencia a una comunidad lingüística que burla la censura; pero para todos, un espacio en donde el ingenio y la picardía imponen su ley.

Palabras clave: Albur. Calabur. Ingenio. Picardía. Juegos de palabras.

Abstract:
The popular mexican language has found in the albur and calabur a diverse ingenious way to encrypt messages of a sexual and mischievous nature. It is a dialogue in which a sender codes a double meaning message (albur), and the receiver, under the same code, responds quickly and easily (calabur).

This article addresses the presence of language wordplay as a cultural phenomenon, that some may consider obscene, due to the sicalyptic nature of its messages; perhaps others, a form of belonging to a linguistic community that mocks censorship, but for all, a space where ingenuity and mischief impose its law.

Keywords: Albur. Calabur. Ingenious. Mischivous. Wordplay.

 

 
 

Para los espíritus festivos de mi colega Sergio Figueroa
…y de mi primo Juan Carlos Ruiz

El lenguaje nos da el sentimiento y la conciencia de pertenecer a una
comunidad. El espacio se ensancha y el tiempo se alarga: estamos
unidos por la lengua a una tierra y a un tiempo. Somos una historia.
Octavio Paz, “Nuestra lengua”

 

La lengua oficial de México, el español o castellano (obviamente porque es oriundo de la región española de Castilla), nació hace muchísimo tiempo allende el Atlántico; cruzó el océano a lomos de descubridores, conquistadores y misioneros para asentarse en tierras que hoy llamamos “América” donde se convirtió en la lengua de millones de hablantes. La comunidad lingüística del español, según el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), abarcaba entonces el 94% de la población mexicana, y tal vez hoy, a tres años de distancia de este padrón, el porcentaje sea mayor, debido a la decreciente tendencia de hablantes de lenguas indígenas en nuestro país.

Pero no todos los hispanohablantes comparten un solo y único registro lingüístico pues a lo largo y ancho del territorio nacional pueden advertirse multitud de sociolectos y variantes de la lengua castellana que imprimen su sello particular al habla. Dentro de estos grupos lingüísticos se distinguen sistemas de comunicación que están en perpetuo cambio, que transgreden la norma en un regodeo lúdico donde la lengua se inventa y se reinventa incesantemente porque, como dice el Cristóbal Nonato, protagonista de la novela homónima de Carlos Fuentes:

Hace tiempo (una eternidad para el que crece) Ángel mi padre decidió que nadie hablaba español ya; porque creer lo contrario era privarse del deleite máximo de la lengua, que es inventarla porque tenemos la impresión de que se nos muere entre los labios y depende de nosotros resucitarla (Fuentes, 1987, p. 102).

Nuestro idioma vive en perpetuo cambio, eso asegura su continuidad y permanencia. En su universalidad, alberga las peculiaridades y el genio de muchos pueblos, a los que le da un sentido de pertenencia. “La palabra”, escribió Octavio Paz,

[...] es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos. Ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia. Acorta las distancias que nos separan y atenúa las diferencias que nos oponen […] estas diferencias nos muestran la increíble diversidad de la especie humana y, simultáneamente, su unidad esencial. Descubrimos así una verdad simple o doble: primero, somos una comunidad de pueblos que habla la misma lengua y, segundo, hablarla es una manera entre muchas de ser hombre. La lengua es un signo, el signo mayor, de nuestra condición humana. (Paz, 1997: s/p)

Jergas, caloes y sociolectos imprimen un sello particular al habla y un sentido de pertenencia comunitaria. Aquí ubicamos el albur, palabra viva en una lengua inventada, donde juguetonamente se disfraza un lenguaje secreto con alusiones al acto sexual y las partes erógenas del cuerpo humano.

La palabra “albur” tiene un camino recorrido de múltiples significados: el Diccionario de la Real Academia Española incorpora un probable origen árabe: “al-būr, el acto de someter a prueba una cosa” (1992, p. 85).

También es llamado “albur” un pez de escamas plateadas, habitante de los afluentes del Mediterráneo, cuyo nombre científico es Alburnus albidus. Al nadar da saltitos repentinos y erráticos sobre la superficie del agua produciendo destellos al azar, como si estuviera “al albur de algo”; o sea, sin rumbo fijo.

El término “albur” da nombre a toda circunstancia o iniciativa que se dejan al destino cuando se emprende una tarea sin saber el resultado, de ahí que se usen frases como “jugarse”, “correr” o “echarse un albur”. Por esta razón, en el popular juego de naipes conocido como “El monte”, “albur” designa las dos primeras cartas que se sacan de la parte inferior del mazo, luego de cortar, por las que apuesta un par de jugadores (o bien, un jugador contra la banca) con la finalidad de acertar el mismo palo o el mismo número en las cartas ocultas que se van descubriendo. El triunfo es cuestión de azar.

En Puerto Rico y Honduras “albur” significa “mentira, rumor, infundio”. En Cuba se dice “albur de arranque” para explicar que en la etapa final de una gestión o de una actividad “se juega el todo por el todo” o bien, “se marcha precipitadamente de un lugar”. En países como Nicaragua y México, “albur” significa también “aventura amorosa”.[1]

Pero, sobre todo, los mexicanos usamos la palabra “albur” para referirnos a un peculiar fenómeno lingüístico que surge súbitamente en una plática en forma de juego de palabras de doble sentido, casi siempre con alusión sexual. Por ejemplo, en un contexto de camaradería y de humor festivo, si a un mismo sitio van dos camaradas y uno de ellos no tiene un auto disponible, el que sí lo tiene pregunta: “¿quieres que te recoja?” En esta frase de aparente cortesía, el avispado peatón ve un potencial albur en el mensaje del emisor, y en su papel receptor, contesta con un calabur: “si me redejo”, pues el verbo “coger”, lo sabe bien un alburero, en México significa “tener relaciones sexuales”.

Ese lenguaje que veladamente refiere a la sensualidad del cuerpo o al sexo tiene una tradición milenaria y no es privativo del español. En el pasado prehispánico mexicano, por ejemplo, se encuentran algunos antecedentes del albur, particularmente en los cantos eróticos conocidos como cuecuechcuicatl “canto del cosquilleo” o “canto de la comezón”, con los que el pueblo náhuatl invocaba la fertilidad de la tierra y el crecimiento de los cultivos. Así podría leerse la versión del Xochicuicatl Cuecuechtli (“canto florido”, “danza traviesa”) que ofrece el filólogo mexicano Ángel Ma. Garibay en la versión castellana de los Cantares mexicanos (1994).  Pero como bien apunta el profesor francés naturalizado mexicano, Patrick Johansson, podría ser algo más que un canto a la naturaleza y ver en él un mensaje oculto de una “sensualidad tan potente como inaprehensible y que se encuentra difusa en los dobles y triples sentidos de muchas expresiones” (2022, p. 84). Por ejemplo, en su estudio sobre estos “cantos traviesos” Johansson analiza varias isotopías alrededor de un eje semántico; de este modo, explica que la palabra “xochitl” (“flor”) frecuentemente era asociada con el sexo ya que, símbolo de la reproducción como portadora del polen, es factible asimilarle también un atributo erótico:

Xochitl in nocuic "flor es mi canto". Esta expresión aparentemente muy inocente y en el espíritu de los xochitlatolli, esconde en espesor de su hermenéutica otro sentido. Xóchitl, la flor, de hecho, se ve asociada frecuentemente con el sexo entre los indígenas mexicanos. Recordemos en efecto la asociación del sexo con la flor en los famosos relieves "los danzantes" de Monte Albán donde la flor tiene lugar de sexo. La palabra para sexo en zapoteca es además muy cercana a la palabra flor […] Si uno recuerda que entre los nahuas las asociaciones fonéticas son muy pertinentes y acusan verdaderamente los sentidos literales, consideraremos entonces el tenor fonético de cuí como denotando la isotopía sexual (pp. 84 y 85).

El título, Xochicuicatl Cuecuechtli, (de xochitl, flor, cuicatl, canto y cuecuech, picor, cosquilleo, comezón), efectivamente pudo haber sugerido a sus recopiladores un carácter “travieso” en cuyos contenidos tal vez no percibieron el alcance erótico de tal travesura, ya que el sexo y la risa no tenían una implicación mística y cósmica en el ámbito cultural cristiano como sí, en los pueblos mesoamericanos; de tal suerte que los tradujeron del náhuatl al alfabeto latino, bajo el título de Cantares Mexicanos (1994) y los compilaron junto con otros cantos de carácter doctrinario.

Ya en el Vocabulario en lengua castellana y mexicana, recopilado entre 1555 y 1571 por el lexicógrafo español Fray Alonso de Molina, se advierte al lector que:

[...] las cosas que ellos tenían [estos naturales de la Nueva España], de que nosotros carecíamos en nuestra lengua, no se pueden bien dar á [sic] entender por vocablos preciosos y particulares y por esto así para entender sus vocablos como para declarar los nuestros, son menester algunas veces largos circunloquios y rodeos. (1910, p. 4)

de manera que en esos discursos indirectos y explicativos ya se consignaban aquellas palabras de franca picardía que en la lengua náhuatl se revestían de eufemismos.

En algunos estudios se afirma que el albur moderno es producto de la mezcla de esta picardía indígena y de la clase popular trabajadora minera que desde el siglo XVIII había creado un código de habla sólo para comunicarse entre sí, tanto en cantinas como en espacios públicos, en el municipio Mineral del Monte-Pachuca, hoy Estado de Hidalgo. Este lenguaje concretado a manera de afrenta y de insultos disimulados, emergió como una forma de venganza ante la opresión y la censura. Primero, en contra del propietario de la única veta de plata que se explotó entonces, Pedro Romero de Terreros, quien quiso suprimir beneficios, reducir la paga y aumentar a los mineros las cargas de trabajo, lo que dio origen a la primera gran manifestación de huelga en nuestro país. Décadas más tarde, para burlarse de los abusivos capataces ingleses quienes migraron a México para rehabilitar y trabajar esas mismas minas que habían estado abandonadas luego de la guerra de Independencia. Y finalmente, como una manera eufemística de nombrar “las cosas del sexo” ante la puritana moral de una sociedad hipócrita. Así nació el albur, como una forma de defensa de las clases populares que luchaban por reafirmar su identidad ante la represión del otro, el poderoso.

Aunque este lenguaje secreto ha estado presente en todos los momentos de la historia mexicana, no fue sino hasta finales del siglo XIX que el albur se empezó a oír de manera generalizada en los estratos populares de la región central de México como una estrategia de comunicación cotidiana. De la cantina y el barrio saltó al espectáculo de carpas en los personajes cómicos como el peladito, el borracho, el vago o el pachuco, como una especie de ángel vengador contra la autoridad y el canon o bien, como una manera incluso de fraternizar y desahogar las penas con un camarada.

Pero ¿por qué las alusiones sexuales fueron los temas preponderantes del albur? Samuel Ramos en su ensayo El perfil del hombre y la cultura de México, aventuró una posible respuesta: respecto a la figura del alburero por antonomasia, el “pelado” -aquél que ocupa una posición social de total indefensión y desventaja, desnudo no sólo del cuerpo sino de educación y de buenos modales-, escribió el filósofo mexicano que “necesita un punto de apoyo para recobrar la fe en sí mismo, pero como está desprovisto de todo valor real, tiene que suplirlo con uno ficticio. Es como un náufrago que se agita en la nada y descubre de improvisto una tabla de salvación: la virilidad” (2001, p. 54). Así pues, “En sus combates verbales atribuye a su adversario una femineidad imaginaria, reservando para sí el papel masculino”, lo que le permite “afirmar su superioridad sobre el contrincante” (pp. 54-55). El consuelo de este ser desgraciado, concluyó Ramos, “es gritarle a todo el mundo que ‘tiene muchos huevos’ (así llama a los testículos)” (p. 55) porque “En este órgano no hace residir solamente una especie de potencia, la sexual, sino toda clase de potencia humana. Para el ‘pelado’, un hombre que triunfa en cualquier actividad y en cualquier parte, es porque tiene ‘muchos huevos’” (p. 55).

Comúnmente el humor festivo del albur suele ubicarse entre grupos marginales, sectores de la población de escasos recursos, o grupos específicos de trabajadores como cargadores y vendedores en los mercados, en los tianguis y en las plazas, obreros de talleres y fábricas, albañiles y choferes quienes con frecuencia asocian la connotación sexual del albur con sus oficios, con la mercancía que venden, con la comida, con los lugares, con los nombres propios… en fin, con cualquier actividad y costumbre de la vida cotidiana: “Qué curvas y yo sin frenos”, diría un chofer ante un deseado cuerpo femenino. “De un anillito puedo sacarle un medallón”, prometería un joyero. Un pícaro cocinero ofrecería un provocador menú de “pellizcadas de chorizo” para abrir boca, “Mixiotes de maciza en barro” como plato fuerte, una bebida de “zumo de caña para bajar el bocado” y, “raspado de anís” como postre. Para las noches de insomnio un curandero recomendaría “extracto de mitrozo compuesto” o “Mamoxil para los labios partidos”. Un florista ofrecería “gladiolas largas” y “claveles negros para un sentido entierro” y, un frutero, “mameyes de Medellín” y “camotes de Puebla para sentarse a comer a gusto”

Como fenómeno social y lingüístico la literatura también abrió sus puertas al albur. No pocas plumas han incorporado en sus textos este lenguaje coloquial: desde José Joaquín Fernández de Lizardi en su Periquillo sarniento, hasta Carlos Fuentes en algunos pasajes de su Cristóbal Nonato, o Fernando del Paso en Palinuro de México, por citar sólo algunos ejemplos.

En los poemas hiperbreves de Elías Nandino hubo, además, un espacio para la picardía. Entre los epigramas y haikús compilados en el volumen Erotismo al rojo blanco que el poeta jalisciense publicó en 1983, hay un apartado titulado “alburemas” (albur+poemas) de 17 textos escritos en este doble sentido erótico. De aquí cito algunas muestras: la primera habla de una resignada aceptación del cambio de rol activo a la abstinencia en una relación sexual a través del juego de palabras que permiten los antónimos antes-todo/ahora-nadie; pero, sobre todo, la homofonía en la conjugación, en la primera persona del singular, de los verbos vengar (“me vengo”) y venir (“me vengo”, en clara referencia a la eyaculación):

Antes me vengaba
de todo.
Ahora no me vengo
con nadie (1991, p. 89)

En otro ejemplo, Nandino recurre al calambur, “escoger” y “es coger”, en una melancólica resignación por los tiempos idos del activismo sexual:

Es que hace ya tanto tiempo
de la última vez
que ya no sé
qué escoger [es coger] (p. 91)
O al revés, un reclamo a los excesos:
Yo te ofrecí
que lo nuestro
fuera en serio;
no en serie (p. 93)

 
Es común elaborar albures a partir de la deconstrucción o variantes de un sintagma fijo: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, reza un conocido refrán. Así, el poeta sustituye el verbo “hacer” por el verbo “coger” con el que invita a abandonar la pereza, no para la proactividad en general como sugiere el proverbio, sino para el disfrute sexual presente: “No dejes para mañana lo que puedas coger hoy” (p. 92).

El compositor e intérprete Chava Flores y el escritor Armando Ramírez son otros autores que abiertamente han recreado el lenguaje alburero en sus obras; sin embargo, la recopilación más completa del albur en todas sus manifestaciones se debe al coahuilense Armando Jiménez quien, bajo el pseudónimo de “El gallito inglés”, en 1960 publicó una obra titulada Picardía mexicana (1991), que a la fecha del deceso de su autor en 2010 sumaba alrededor de 140 ediciones con más de 4.3 millones de ejemplares vendidos. “El segundo libro en lengua hispana más leído”, se jactaba su autor, “después del Quijote” aunque también aseguraba que muy pocos reconocían la lectura de estas picardías.

El doble sentido del albur generalmente alude a los genitales, tanto masculinos como femeninos, a los glúteos, al esfínter anal, a las funciones del cuerpo y al acto sexual. En su construcción son empleadas varias figuras retóricas; entre las más recurrentes están:

Anfibologías, frases ambiguas que dan pie a la polisemia: “pasaba mucho tiempo en la biblioteca de Olga cuyos volúmenes le apasionaban” (¿los libros o las medidas de la mujer?).

Antonomasias, sustitución de un nombre propio por otro con el que guarda ciertos atributos, por ejemplo: “plátano”, “camote”, “longaniza”, “salchicha”, “chile”, “pelón”; etc., son vocablos que se asimilan al miembro viril.

Paronomasias, uso de vocablos semejantes en el sonido, pero de diferentes significados: “no es lo mismo tener un hambre atroz, que tener un hombre atrás”.

Calambures, reagrupación de sílabas o de palabras que modifican u ocultan los significados: “¿está apenado? No se apene [no sea pene]”.

Retruécanos o repetición de una frase que, al alterar el orden de las palabras, genera significados distintos: “no es lo mismo calzones a bajo precio que abajo aprecio tus calzones”.

Antónimos, en cuya oposición significativa son resueltos en homofonías de doble sentido: “de día soy manco y de nochecita, cojo”.

Sinónimos, voces que expresan un significado similar pero que se resuelven igualmente en homofonías de doble sentido: “no es lo mismo dormirse al instante que dormirse en el acto”.

Eufemismos que, para sortear el sentido literal de una palabra o frase, se expresa en un sentido figurado: “No sacudas la cuna, que despiertas al niño” como referencia a la seducción que podría terminar en excitación sexual.

El albur toma una infinidad de formas, desde adivinanzas: “en las manos estoy metido, unas veces estirado y otras veces, encogido. El abanico”; chistes: pide un sacerdote: “saquen a ése de los huevos” a lo que contesta el aludido vendedor que ofrece su mercancía en la iglesia: “mejor de las orejas, padre”; refranes: “el que quiera azul celeste, que se acueste”; preguntas: “¿en qué se parecen los dioses al retrete? En que ambos saben quién obra bien y quién, no”; pregón de lotería: “firmes, un, dos, tres, y derechito p’al cuartel. El soldado”; hasta letreros en camiones: “En cada viaje un amor…tiguador” y grafitis en lugares públicos: por ejemplo, en el baño, “fuera de la taza no es grosería, sino falta de puntería; así que hazlo feliz y contento, pero por favor, que sea adentro”.

Sin embargo, el verdadero albur, dicen los enterados, es aquél que se presenta en un diálogo dinámico, donde los participantes disparan frases aparentemente anodinas e inocentes, pero cargadas de mensajes secretos cuyo objetivo es dominar y someter simbólicamente al otro en una abierta y simulada relación sexual, disputándose siempre el rol activo.

En este juego de provocaciones y de respuestas igualmente retadoras “se juega el todo por el todo” porque se trata de someter a un interlocutor al agotamiento temático hasta no saber qué contestar. Pero, casi siempre no pasa de ser una fanfarronería sin mayor fundamento porque se trata de un acto entre camaradas que comparten el mismo humor festivo. El combate verbal se inicia con la respuesta (calabur) ante un reto (albur), y termina cuando uno de los contrincantes tarda más de cinco segundos en responder o de plano se queda callado; también cuando su respuesta no tiene el ingenio esperado o bien, es utilizada en su contra (es decir, “le sale el tiro por la culata” o “se mete un autogol”). El perdedor termina siendo albureado, sometido, lo que significa que al final, metafóricamente, ha desempeñado sexualmente el rol pasivo: es “cogido”, “penetrado”.

Durante la contienda el público intenta descubrir los sentidos ocultos y calibrar la sagacidad, el talento y la rapidez de respuesta de los competidores. Una regla de oro en el juego del albur es no enojarse porque se trata de un pasatiempo que no se toma al pie de la letra puesto que la agresión es simbólica, no pretende lastimar sino divertir y divertirse, salir victorioso en un duelo de agudeza y picardía.

Aunque se ha dicho que el “albur” tiene carta de ciudadanía mexicana, que es el lenguaje encriptado de los moradores de la región azteca, no es privativo de este lugar ya que en algunos sectores de Italia y de España, y de otros países de Hispanoamérica como Colombia, Puerto Rico o República Dominicana, por ejemplo, existen estructuras lingüísticas parecidas donde un hablante pretende violentar a otro, retarlo, ponerlo en ridículo, enredarlo en un sortilegio verbal lúdico para que éste esquive la trampa y replique defendiéndose y atacando a la vez. El choteo y la guataquería cubanos, o el pitorreo andaluz son otras tradiciones culturales parecidas a la esgrima conversacional cuya actitud de “no tomar las cosas en serio”, se convierte en un arma de ataque y defensa que intenta abolir toda jerarquía y situar a todos, choteados y choteadores, pitorreros y pitorreados, albureros y albureados, en un mismo nivel de familiaridad. Aunque en el albur, el alburero intenta siempre colocarse por encima (o metafóricamente por detrás) del albureado.

Tampoco es cierto que todos los mexicanos sabemos alburear, pues se requiere de un conocimiento amplio tanto del vocabulario como del sintagmario alburero; sobre todo, de una indispensable habilidad ingeniosa y rapidez de reacción para entender, descifrar y responder, características que no nos son comunes a todos.

Por antonomasia, el barrio de Tepito, uno de los más antiguos de la Ciudad de México, se ha constituido como el lugar emblemático del lenguaje alburero por excelencia. La extraordinaria “bravura” de sus habitantes por sobrevivir a un urbanismo depredador y luchar contra la adversidad y la pobreza, le ha valido su reputación de “barrio bravo”. En este sentido también se explica la estética del albur como un ejercicio de resistencia frente a la cultura dominante en un lenguaje velado, chispeante, de doble sentido, como una forma de desquite, pero también, de pertenencia comunal.

Durante mucho tiempo, el albur fue una práctica exclusivamente masculina, pues al exponer un claro machismo con tintes homosexuales, en cada frase se apuesta y arriesga la virilidad. Sin embargo, ya avanzado en siglo XX, con la revolución de los sexos y la democratización del lenguaje, la presencia femenina comenzó a penetrar el hermético universo del albur. Prueba de ello es Lourdes Ruiz Baltazar quien se ganaba la vida vendiendo ropa de bebé en el barrio de Tepito: “mamelucos para su chiquito”, se la oía gritar desde su puesto. Aprendió a sobrevivir y a defenderse en un medio hostil y tremendamente alburero, a tal grado que, instruida en la escuela de la vida, dominó la técnica del albur para enfrentar los embates masculinos y salir airosa.

Durante varias décadas y bajo el pseudónimo de “la verdolaga enmascarada”, “Lulú” (como la llamaban sus allegados), ganó todos los torneos de albures en los que participó y, para iniciar a otros en el arte de alburear, junto con el cronista Alfonso Hernández, incursionó en la enseñanza de diplomados (que ella llamaba “talleres y tallones”) en el Centro de Estudios Tepiteños de la Ciudad de México o en la Galería José María Velasco del Instituto Nacional de Bellas Artes. Un año antes de su muerte, acaecida en abril de 2019, bajo el sello de la editorial Grijalbo, Ruiz Baltazar publicó junto con Miriam Mejía, una “guía básica (y unisex) para alburear” titulada Cada que te veo, palpito, con cuya obra demostró que el albur es una peculiar arma de igualdad, de complemento entre los sexos porque, aseguró la tepiteña: “los hombres tienen lo que las mujeres queremos, pero nosotras somos dueñas de lo que ellos desean” (Lucario, 2011, s/p).

Hoy en día, diversos concursos, diplomados y talleres patrocinados por distintas fundaciones y gobiernos de los estados, algunos con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA)[2], intentan recuperar la esencia ingeniosa y vivaz del albur alejada de lo vulgar y lo obsceno con reglas claras y específicas, como la respuesta rápida y tal vez la más importante: no insultar al contrincante con groserías y palabras ordinarias, pues no se trata de la ramplonería vulgar sino de manejar el lenguaje para dominar al otro con ocurrentes y pícaras frases: “el albur no es la leperada”, aseguraba la campeona de estos certámenes en una entrevista para la revista electrónica Chilango: “Miren”, dijo en esa ocasión, “una mentada de madre hasta el más tonto la entiende... pero un albur fino, es difícil y no cualquiera lo agarra” (Lucario, 2011, s/p).

En efecto, no todo el albur es vulgaridad, la filigrana de su tejido a veces es tan sutil que casi pasa desapercibida. Por desgracia, su garbo se volvió sarcasmo y su ingenio, agresión, debido en parte al cine de ficheras y programas de televisión de escaso contenido y bajo nivel artístico que tomaron esta forma de comunicación de una manera grotesca y prosaica para proferir majaderías y despropósitos sin ton ni son.

Por lo general, y sin guion previo, el juego del albur se basa en una improvisación surgida en el frenético ritmo de la conversación, interpelando directamente al interlocutor a partir de palabras comodín y fórmulas preestablecidas que mantienen la función fática del lenguaje. Es como los movimientos de las piezas del ajedrez que se deslizan en un doble ejercicio de defensa y ataque, donde estar atentos y adelantarse a la jugada del adversario es imperioso para poder elegir el movimiento certero y más ingenioso; o sea, la frase precisa: “hay que tener el cerebro alerta y receptivo si no te chingan”, afirmaba la reina del albur. El precio de la distracción es el “jaque mate”.

En su entusiasmo por enseñar y difundir esta fórmula lingüística, Lourdes Ruiz Baltazar aseguraba que, si el albur formara parte de los planes de estudio de las escuelas, otro “gallo cantara” en el progreso cultural del país:

Ya nadie tiene esa chispa [la del ingenio verbal]. Nadie quiere leer, nos hacemos huevones y no porque tengamos las manos chicas. Aprietas un botón en la computadora y sacas el resumen de cualquier libro. Hoy los chavitos sólo saben conjugar tres verbos: meter, sacar y sentarse. ¡Y hay muchísimos más! Tenemos una lengua muy rica, ¡sin albur! Ya no hay esa picardía […] Estoy convencida de que, si en las escuelas dieran una hora de taller de albur, seríamos una potencia en matemáticas y ciencias exactas. Todo es agilidad mental (Lucario, 2011, s/p).

Sea como fuere, lo cierto es que la complejidad de su factura ha llamado la atención de no pocos intelectuales y estudiosos como Carlos Monsiváis quien, en su artículo, “Mexicanerías: el albur”, publicado en Escenas de pudor y liviandad escribió que este fenómeno “ataviado de frase inocua”

[...] fue respiradero verbal de los reprimidos sexuales (todos) y chiste ventajoso que reafirmaba a quien lo reproducía y a quien lo comprendía rápidamente […] fue táctica para burlar la censura […] en una sociedad anegada por la sobreabundancia de moralejas y sermones […] fue el lado vivaz de la obscenidad cuyo origen se depositó en la plebe. (2002, p. 321).

Sin embargo, el mismo escritor puso en la mesa de diálogo, un debate sobre la impostura de ciertos sectores sociales disfrazados bajo la etiqueta de “gente bien” donde, afirmó:

Mi hipótesis es distinta: la elaboración de estos retruécanos se debió más bien al ocio de curas lascivos, de abogados hartos del Código de Procedimientos, de literatos fallidos, de médicos de provincia ansiosos de disfrazar sus devaneos literarios, de periodistas forjados en el intercambio relampagueante de cantina. Éstos, creo, son los inventores, aunque la fama se les acomode a los discípulos costeños que hace cuarenta o cincuenta años contendían briosamente en esquinas y centros de trabajo a golpes de ingenio sicalíptico (p. 321).

Entonces el discurso obsceno y concupiscente se sintetizó, dedujo Monsiváis “en los chistes [colorados] y en el albur, en lo memorizable que, en presencia de la Gente Decente, es decir, de la hipocresía reglamentada, era ya lo indecible” (p. 321).

En la insistencia de afirmar la virilidad en ese “juego inconsciente con la homosexualidad” (p. 322), el periodista mexicano hace una crítica al humor machista: “El chiste del albur”, señala, “reside en la humillación femenina y en la feminización de la tontería sexual”

[...] cualquiera que sea la gracia del albur (no demasiada, a mi juicio), la disuelven las vejaciones sexistas y, objeción no desdeñable, el poner su eslabonado juego de palabras al servicio de un solo recurso humorístico, según el cual lo más desternillante es la conversación como trampa vaginal. (p. 324).

Es verdad que la cultura popular ha generado un sinnúmero de expresiones que han dado identidad y perfilado un rostro de lo mexicano en el mundo; entre ellas, esta fórmula lúdica y pícara del albur que si bien no deja de ser una curiosidad léxica, sexista y machista que algunos denostan como juego de mal gusto por lo sicalíptico y procaz de los temas que aborda (de ahí también que “albur” sea sinónimo de “mala palabra” o “grosería”), lo cierto es que constituye una verdadera gimnasia mental en donde la picardía y el ingenio salen airosos en un duelo lingüístico; también, un instrumento de catarsis con el que se transgrede y rompe la censura ante la represión, con el que se divierte y se comunica con los otros ante el tedio y el hartazgo, y con el que se agarra la vida de salve sea la parte cuando ésta suele dar la espalda.

Referencias
De Molina, F.A. (1910) Vocabulario en lengua castellana y mexicana. Puebla: Talleres de Imprenta, Encuadernación y Rayado “El Escritorio”.

Lucario, S. (2011) La reina del albur desde Tepito. en Chilango. Revista electrónica. http://www.chilango.com/ciudad/nota/2011/10/14/lourdes-ruiz-la-reina-del-albur

Cantares Mexicanos. (1994) Traducidos por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, México: UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Coordinación de Humanidades.

Fuentes, C. (1987) Cristóbal Nonato. México: FCE.

Jiménez, A. (1991) Picardía Mexicana. México: Editorial Posada.

Johansson, P. (2022) El Cuecuechcuicatl: canto travieso de los aztecas. Estudios de Cultura Náhuatl (21) 83-97.https://nahuatl.historicas.unam.mx/index.php/ecn/article/view/78270.

Monsiváis, C. (2002)  Mexicanerías: el albur. en Escenas de pudor y liviandad. México: Grijalbo.

Nandino, E. (1991) Alburemas. En: Erotismo al Rojo Blanco. Guadalajara: Editorial Ágata.

Paz, O. (1997) Nuestra lengua. La Jornada, México, Distrito Federal. https://www.jornada.com.mx/1997/04/08/paz.html

Ramos, S. (2001) El perfil del hombre y la cultura en México. México, Distrito Federal: Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.

[1] Como reza el verso de la canción ranchera mexicana de la autoría del compositor hidrocálido Alfonso Esparza Oteo en voz de cantante zacatecano Antonio Aguilar: “Albur de amor me gustó / yo lo jugué…” O bien, el poemario de 1987, Albur de amor, del poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño, donde cada uno de los poemas que componen el volumen, dispuestos caprichosamente al azar, recuerdan que, en el juego del amor, al concluir cada jugada, la soledad, la muerte y la desilusión siempre traen un as bajo la manga.

[2] Por ejemplo, en 1998, en la ciudad de Pachuca, se abrió el Concurso Nacional del Albur, por parte de la Fundación Arturo Herrera Cabañas, A.C. y el Gobierno del Estado de Hidalgo, con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

.

 
  Revista Argos
Revista electrónica semestral de Estudios literiarios, Lingüística y Creación literaria
Departamento de Letras / Departamento de Estudios Literarios
Av. José Parres Arias #150, Edificio "H", 4° piso, San José del Bajío,. C.P. 45132. Zapopan, Jalisco, México. CE: revista.argos@csh.udg.mx