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El acto de rememorar: en la búsqueda de una memoria emancipada en las narrativas de Cristina Rivera Garza y Fernanda Melchor. The act of remembering: in the search for an emancipated memory in the narratives of Cristina Rivera Garza and Fernanda Melchor. DOI: 10.32870/argos.v11.n28.7.24b Diana Sofía Sánchez Hernández Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional. Recepción: 08/04/2024
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Cómo citar este artículo (APA): En párrafo: En lista de referencias:
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Resumen: Palabras clave: Memoria. Historia. Emancipación. Fragmentación. Rizoma. Abstract: Keywords: Memory. History. Emancipation. Fragmentation. Rhizome.
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¿Para qué se lleva al cuerpo propio hacia la negación de
El yo consciente de sí mismo, fijado en un espacio concreto, identifica pasado, presente y futuro como casilleros accesibles ordenados sobre un tiempo lineal y de acuerdo a una lógica causal; contra esa imagen apuesta Diana González Martín al proponer una Memoria emancipadora. El yo, como individuo cuyo punto de fuga y regreso es el sí mismo, desde esta idea de Memoria emancipada,está repensado y representado como un Yo problematizado y fragmentario (incluso, podría decir, en algunas obras, fracturado) que contrasta con la imagen coherente que, ante el caos del mundo, aspira y cree sostenerse en la certeza de sus propias convicciones. En este sentido, incluso la idea de sujeto fragmentado se acerca más a la noción del sujeto heterogéneo de Antonio Cornejo Polar (cf. 2003, pp.12-16) que se opone a la idea del sujeto romántico, más próximo a la descripción de este yo coherente que se enfrenta al caos y a las fuerzas de una naturaleza que teme y a la vez ambiciona conquistar. El concepto “memoria” trasladado del área de la psicología y las neurociencias a los Estudios Culturales, es un concepto paraguas de varias acepciones: una herramienta de análisis que revela la particular relación de los sujetos con el tiempo. Es, por supuesto, la facultad psíquica de retener y recordar. En el ámbito de lo literario, además, la memoria es tópico de la ficción literaria y una estrategia narrativa que se vuelve licencia para explorar estructuras que descolocan y relativizan las nociones de verdad, pasado, presente y futuro. Permite explorar, en el binomio recuerdo-imaginación, los alcances de la libertad creativa para jugar con la dialéctica ausencia-presencia que detona el ejercicio de traer al presente los recuerdos; traerlos a la “vista” del lector como un “acontecer” del presente. Para Diana González Martín, además, la memoria articula tres problemáticas: Identidad, Tiempo y Conocimiento (2015: p. 125). En el acto de rememoración se enfatiza el carácter participativo, activo y voluntario del sujeto pensante; destaca precisamente aquello que ocurre en su “conciencia”, esto es, el relato construido desde este enfoque adquiere una carga innegable de subjetividad. Lo que nos remite a entender que la conciencia, si bien siempre juega un papel relevante en toda creación de ficción literaria (cf. Íser, “sobre el proceso de lectura” [1975]), estamos frente al trabajo imaginativo que sólo pudo ocurrir en la conciencia de un otro que es el autor, en el acto de rememorar, ésta es evidente- palpable en la estructura y en las marcas textuales que explicitan el esfuerzo por recuperar desde el presente sucesos, experiencias, sensaciones del pasado. La conciencia se materializa en la organización rizomática de las acciones, los pensamientos, las esperanzas y los deseos de los personajes. Es conocimiento, porque el recuerdo se torna fuente de aprendizaje no sólo de “hechos” que ocurrieron, sino del presente y del futuro; del yo que recuerda y su vínculo con los otros. Esto, por una parte, obliga a explorar otros modelos de pensar y representar el tiempo, más allá de la linealidad o de la causalidad, para dar un nuevo sentido a la existencia y, a la vez, conduce a establecer vínculos de lo individual con la experiencia de la comunidad, la colectividad. El yo es ante otro o los otros. Como señala González Martín, una memoria emancipadora confiere “total libertad de discernimiento en el sujeto para delimitar su identidad ante sí mismo y dentro de la colectividad” (2015, p. 124). El acto de rememorar, pretexto y licencia literaria para el entramado de los hechos y del tono ensayístico del discurso narrativo, plantea entonces problemáticas sobre apropiación y pertenencia de un yo que está en una búsqueda constante; un yo, no abstracto, sino fijado por un espacio concreto, identificable en el acto de la enunciación y con plena libertad para articular en el ahora de la escritura literaria pasado, presente y futuro. La emancipación sucede cuando se enlazan acto de rememorar e imaginación. En esta apretada síntesis teórica se subrayan tres aspectos, el acto de rememorar, explícito en la estructura y en el discurso ficcional, es un recurso que dinamita el modelo lineal y cronológico del tiempo, subraya la subjetividad y plantea entramados de estructuras rizomáticas o en franca dispersión. Este trinomio: Identidad, Conocimiento y Tiempo, se articula en torno a los lugares de memoria que exploran las novelas Autobiografía del algodón (2020) y Temporada de huracanes (2017), obras de Cristina Rivera Garza (1964) y Fernanda Melchor (1982), respectivamente. Aunque entre las dos escritoras hay una diferencia de 20 años, ambas representan los trayectos impredecibles y divergentes de la memoria en la diégesis de sus novelas. Particularmente enfatizan el acto de rememorar, lo que dota de verosimilitud a los vaivenes narrativos y a la multiplicidad de voces que construyen el universo ficcional. Es relevante considerar que el espacio geográfico es el que detona la memoria y el acto voluntario-obligado de recordar. Sin embargo, no pretenden “recordar” para repetir/imitar sucesos ya conocidos o registrados sino para repensar desde el presente y descubrir nuevas posibilidades para re-vivir el pasado. El primer capítulo de Autobiografía del algodón (2020) se titula “Estación camarón”, el viaje es el motivo y el tropo de dos trayectos: el de la escritura y el de la memoria. En la novela, los viajes multiplicados y condensados, a la vez, en la experiencia de la voz narradora, yuxtaponen como capas simultáneas, pasado, presente y futuro:
En el fragmento anterior se conjugan los puntos de búsqueda de una época remota y el presente de la enunciación que irá cambiando conforme avanzamos en el trayecto de la historia. En esta yuxtaposición temporal de la cita, se filtra una apreciación personal, una “sensación” que propicia la unión de las dos temporalidades y enfatiza el ahora desde el cual se lee el pasado: “en los tiempos que corren, la cosa más fácil es asociar cualquier cosa con la falta de piedad.” (p.30) La voz narrativa recupera la experiencia de cinco viajes de verano y cada ocasión es un presente, aunque éste sea una evocación. El tratamiento enfático de presenciar un ejercicio de memoria permite que el viaje siga un trazo invisible y, al mismo tiempo, crea improntas -que rellenan con nuevos sentidos -palabras- esas huellas; reminiscencia de un pasado que persiste de manera difuminada en los recuerdos heredados por el padre de la narradora y se confirman-complementan, de forma casi soterrada, por lo tanto, imaginaria, en documentos cartográficos, fotografías y archivos apolillados de edificios municipales inhóspitos. “Vamos hacia el pasado y hacia el presente a la vez” (Rivera, 2020, p. 31). En lugar de recrear imaginariamente (y estructuralmente) una línea temporal horizontal, esta se combina con una línea vertical que, en nuestra lectura, dota de profundidad a la simultaneidad de los tiempos. Esta imagen recuerda al diagrama que plantea Paul Ricoeur en Tiempo y Narración (2009), en el que se conjugan una línea horizontal del presente con una línea vertical que une “la sucesión de instantes presentes con el descenso a la profundidad. Esta vertical representa la fusión del presente con su horizonte de pasado en la continuidad de las fases” (p. 672). Aunque la imagen puede ser inexacta, como el mismo Ricoeur lo reconoce, “no existe diagrama adecuado de la retención y de la mediación que ella ejerce entre el instante y la duración” (p. 673), sin embargo, es relevante reconocer que el texto de Rivera Garza exige trascender la noción teleológica del tiempo. De hecho, esta no sólo es imprecisa sino inverosímil desde una comprensión del tiempo que privilegia la trayectoria rizomática de la memoria. Lo mismo que sugiere Ricoeur, el presente contiene reminiscencias de pasado (2009, p. 673) pero, a la vez, como se puede percibir en la novela, el presente también crea y, por lo tanto, imagina estas improntas que serán la guía para buscar en los recuerdos; en el acto voluntario-obligado de rememorar. El viaje mental se materializa o cobra sentido con el viaje/ desplazamiento buscado y, en ocasiones, forzado de los personajes. Así, la necesidad de encontrar las huellas (remanente de un pasado ya disperso en múltiples soportes y conciencias que sirven de guía para reconstruir una historia), detona el viaje físico que, a su vez, traza nuevas improntas como es la escritura de la novela, la cual actúa para la memoria como la tecnología sobre el desierto que “lejos de las acepciones que lo retratan como carente de vida, emerge una y otra vez con nuevos y variados recursos naturales” (Rivera, 2020, pp. 283-84). En Temporada de huracanes (2017), La Matosa es el centro geográfico en el que suceden las situaciones más significativas del texto. El espacio cobra gravedad desde el inicio, con la imagen del cadáver putrefacto de la Bruja. La Matosa es el espacio de confluencia en el que la voz narrativa, omnisciente, voluble y permeable para dar lugar a otras voces, traza presente, pasado y futuro:
El énfasis dialogal del rumor, sin comillas ni guiones largos, se articula en la lógica dispersa de los recuerdos de múltiples personajes que de una u otra forma se relacionaron con la víctima. La palabra verbalizada, más que las acciones, trazan el tejido de los relatos que al final, como el centro de una telaraña, coinciden en la noche funesta del homicidio. El cambio de entonación y ritmo es la clave para comprender la intromisión de múltiples voces que son precisamente múltiples percepciones sobre el presente y pasado de la Bruja. La Chica. El rumor, impreciso e impredecible, traza una imagen fragmentada y dispersa de quien es el eje y detonador de la diégesis de la obra. Por lo tanto, la Bruja es explícitamente más bien un relato que una materialidad. El narrador, de nuevo en la omnisciencia y dominio de la temporalidad del relato, señala:
Los relatos se fijan en los imaginarios colectivos como remanentes de las temporalidades particularidades de los que habitan la región. Los que transitan en un desplazamiento continuo, los nómadas como los traileros y vagabundos, habitan el instante de un presente momentáneo cuyas historias se funden con la de aquellos que han instalado su existencia en los márgenes de La Matosa. Así, los que transitan, dejan sus anécdotas para fusionarse con las de aquellos que permanecen.
En gran medida, la red de historias nos revela que más que personajes de grandes o pequeñas acciones, son personajes que cuentan parte de su pasado. En este sentido, la novela se estructura en un tejido complejo de relatos que articulan procesos de rememoración. Más que personajes de acción son personajes que recuerdan. La Identidad, el Tiempo y el Conocimiento. En Autobiografía del algodón la escritora se ficcionaliza como lectora de Rulfo y de Revueltas. A la vez, traza lazos que se bifurcan en numerosas direcciones, todas ellas siempre reguladas por el espacio geográfico que contiene su historia personal-familiar: los abuelos paternos y maternos: José María y Petra; Emilia y Cristino, y otras presencias como la de José Revueltas participando en la huelga de campesinos que acaeció en la Estación Camarón, trabajadores de los campos de algodón del Distrito de Riego Número 4 ocurrida en 1934; la novela El luto humano, las decisiones de Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Ruiz Cortínez, Salinas; el narcoestado. De este modo, la ficción literaria es el espacio de encuentros entre autores, poéticas, genealogías. Estas últimas tanto propias como ajenas que, sin embargo, llevan vestigios de quién es la voz que construye la novela en el presente y final de la misma, que apunta hacia un futuro premonitorio pero irrefutable: “Caminaremos y nos sostendremos en pie gracias al alimento de Zaragoza. Abriremos los ojos. Soñaremos. Reiremos, sin duda.” Una pausa marcada por el espacio entre líneas para concluir suave pero contundente: “Y nos iremos otra vez” (Rivera, 2020, p. 304). El tiempo individual se vincula, desde la sensibilidad, con el tiempo de múltiples grupos que forman parte de colectividades que comprenden pasados y presentes compartidos en relatos que se tocan y distancian en distintos momentos de sus trayectos de vida (vidas que reflejan una empatía identitaria). En Temporada de huracanes rememorar es revelar el papel activo de una comunidad como testigo y verdugo; víctima y victimario, de una vorágine marcada por el desplazamiento y el encierro en un laberinto cuyas fronteras imaginarias oprimen a sus habitantes.
En el fragmento, la voz narrativa focaliza en la experiencia de Brando quien recuerda e imagina, confuso, recostado en los orines de la celda, tres momentos: el pasado reciente de la tortura policial, la búsqueda inútil del supuesto tesoro de la Bruja y la posible preocupación de su madre, figura que al ser enunciada por el narrador detona en la mente de Brando un recorrido desordenado hacia la infancia. En sus recuerdos, se conjugan y resuelven los rumores, leyendas, supercherías que teje la voz narrativa a lo largo de la novela. Las explicaciones inverosímiles y sobrenaturales, cobran peso en actos concretos que explican la miseria y los rencores contenidos de todos los que transitan la obra. Incluso la imagen confusa de “la Bruja” adquiere un cuerpo y una voz; una identidad reconocible. Antes de este momento, la Bruja Chica es sólo un relato inasible, fantasmagórico, construido por retazos y un cadáver en descomposición. De este modo, mientras la gran parte de Temporada de huracanes articula la vivencia de los personajes en los relatos que se ramifican en torno y desde La Matosa, evidenciando un presente caótico, en la celda miserable que llaman el “agujerito”, los recuerdos de Brando hilan en hechos concretos el asesinato: la lógica que rige el acto de rememorar, encuentra en el odio, la indigencia y la ignorancia (y no en un acto específico), el origen del homicidio. No es gratuito que concluya la novela con el viejo enterrador, el Abuelo, quien avizora como único porvenir para dichos personajes el que está destinado a los muertos:
Es peculiar que la última frase de la novela de Cristina Rivera Garza también apunta hacia la muerte como solución de algo “no dicho”; sin embargo, en Autobiografía del algodón la reflexión sobre “irse” de este mundo tiene qué ver con la idea del final del relato personal como el final de la existencia. Morir es colocar el punto final a nuestra historia personal y a su vínculo con aquellas colectividades que nos regresan una idea de lo que somos y/o fuimos. A manera de conclusión Referencias
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