Escisión, inadecuación y violencia en Sebastián de la noche de Fernando Yacamán. Split, inadequacy and violence in Fernando Yacamán’s Sebastián de la noche. DOI: 10.32870/argos.v11.n28.4.24b Antonio Marquet Montiel Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional. Recepción: 10/03/2024
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Resumen: Palabras clave: Narrativa gay mexicana Siglo XXI. Sadomasoquismo y literatura. Fernando Yacamán. Literatura mexicana y violencia. Abstract: Keywords: Mexican Gay Fiction, XXI century. Sado-masochism and Literature. Fernando Yacamán. Mexican Literatura and violence.
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Si bien es cierto que las homosexualidades no son reductibles a una homogeneidad (Eribon, 1999, p. 26)[1], hay algo en común que compartimos, la historia de violencia padecida por todes. A tal punto que para construirse “[…] los gays y las lesbianas deben olvidar lo que han aprendido en su juventud, deshacerse de la manera en que han sido socializados, desprenderse del peso de la subordinación”. (Eribon, 75) [2] ¿Olvidarse? ¿Cómo olvidar la estela de injurias, “¡puto!, ¡joto!, ¡maricón!…” que se ha sembrado a nuestro paso desde el aire, mar y tierra en Heterolandia? ¿La memoria sería selectiva, objeto que se presta a borrados parciales? ¿El olvido sería negación, ajeno al retorno de lo reprimido, a la compulsión de repetición, a las derivas del trauma, a la prevención de lo que no puede sino repetirse en un universo gaycida?[3] El olvido plantea dificultades… En otra obra, sin embargo, el mismo Eribon aborda esta imposibilidad de olvido “[…] los rastros de lo que uno fue en su infancia, la manera de socializar, perduran incluso cuando las condiciones en las que se vive en la edad adulta han cambiado, incluso cuando se ha deseado alejarse de ese pasado” (Eribon, 2017, p. 9). Eribon seguramente se refiere a una especie de negociación de la memoria para irrigarla con otra coloratura de experiencias; fecundarla con nuevas posibilidades de relaciones, formas de plantarse en el mundo. Olvidar y liberarse, relegar la violencia para resocializarse. Deshacerse y desprenderse de la subordinación: ¿cómo?[4] Si cuando despertamos el supremachismo seguía y seguirá allí per secula suculerum. Vayamos a formas de violencia más precisas: ¿Qué hacer con la violencia que se introyecta y traviste de subordinación? El haz de respuestas a este respecto, también es amplio. Sebastián de la noche, y en términos generales la narrativa de Fernando Yacamán, presenta una versión que comenzaré a examinar en las siguientes líneas temiendo en cuenta en el momento en que leo el relato yacamaniano me atrapa, me fascina y, a posteriori, me cuestiona; al grado de que rechazo algunos dispositivos puestos en obra en el relato e incluso llego a desconocerlos, a sentirme incómodo frente a ellos, sin dejar de gozar la narrativa.[5] La lectura de Yacamán no termina cuando se cierra el libro. Sus efectos no cesan de operar. Investirse nocturnalmente de Sebastián es el nuevo ejercicio narrativo de Yacamán: en él, se reconoce el espectro de Rulfo en estos aparecidos/desaparecidos que pueblan y despueblan el mundo nocturno de Mateo/Sebastián. Así como una exploración de los embates juveniles de la pulsión; la entrada en la universidad, de la confrontación con la vocación y con el haz de posibilidades profesionales, una de ellas, la escritura. Y, sobre todo, confrontación del protagonista consigo mismo en soledad, lejos del entorno familiar y social. Mateo/Sebastián se aventura solo en un terreno que no es el suyo. Lo hace por decisión propia, por esa necesidad del gay de emigrar de un entorno supremachista y comenzar en soledad una nueva etapa.[6] No se trata de una narrativa utópica, sino de resistencia y sometimiento, cuyos momentos es preciso identificar. Sebastián de la noche se desarrolla en un ritmo pendular: va de lo real a “ultratumba”; de la resistencia al sometimiento. Al inicio de la novela, esto es difícil de captar para el lector; el narrador aborda a los personajes como si fueran reales, como si estuvieran en el mismo plano de Mateo, Gabriel y Simone (y de hecho lo están, pero en un plano espectral) después, estas certidumbres quedan reducidas. Los diversos fragmentos, treinta y cinco, en que se desgaja Sebastián de noche dibujan un rompecabezas, difícil de armar a través de todas las piezas que se ofrecen el lector. Lo fundamental quizá no sea armarlo de manera que todas las piezas se ajusten (el carácter fragmentario de las numerosas viñetas impide formarse una idea precisa: los enigmas se siembran sin que el lector pueda resolverlos). Lo más importante es el efecto estético: la fascinación, el asombro que surge aquí y allá en el relato, el efecto misterioso, las oscuridades a las que se acceden. ¿El lector tiene que juntarlas y ofrecer una imagen panorámica desde los vericuetos que recorre Sebastián de la noche? Podría entregarse a esa labor, aunque la tarea no es simple ni razonable (¿habría que hacer claro y distinto lo que desde el origen se ha anunciado como oscuro?) Otra opción sería entregarse al vértigo de esos enigmas, a esa sed de violencia, que a la postre es apuesta por la fortaleza del violento. Violencia en un contexto crispado Ahora, febrero de 2024, ha sobrevenido ante nuestros ojos una nueva fase de la polarización, la de los ejércitos más poderosos del planeta, mejor armados, con mejor tecnología, masacrando por aire, tierra y mar a civiles desarmados, hambreados, mujeres y niños, decenas de miles en casi cinco meses de horror. Esto es el “nuevo” rostro de la “democracia”, de la “justicia” según Israel y sus aliados Estados Unidos, la Unión Europea. La “victoria total” que busca Israel ahora pasa por disparar contra civiles desarmados. Sin duda, se trata de un episodio en la bancarrota de la humanidad. El desmoronamiento de coordenadas éticas se amplifica con la invasión de Ucrania, el número de muertos y desaparecidos que no deja de crecer en México; las oleadas de migrantes. En este contexto de horror, nacional e internacional, sistémico y personal, se lee que Mateo/ Sebastián se sube al auto de alguien que es cortante, agresivo, con rasgos sádicos a quien le pide que acabe con él. Antes de abordar el auto de Gabriel, Mateo recuerda al ex militar, gaycida serial que abandonó los cuerpos dentro de una maleta en las inmediaciones de estaciones de metro Chabacano.
En el lector se asoma la sensación de que Mateo corre un inminente peligro de ser asesinado sádicamente. Al menos este es el deseo de Mateo, coherente con su elección de acorparse como Sebastián. En este momento en que las relaciones jerárquicas, en que el horror de la desproporción bélica alcanza niveles nunca vistos, en que Israel bombardea sin tregua a una población despojada, encerrada, aterrorizada y desplazada; destruye incluso cementerios para hacer bases militares de campaña violando todos los derechos humanos imaginables, se produce esta erotización de la jerarquía en el que el masoquista pide al sádico… Si esta narrativa erotiza la violencia, también obliga a reflexionar sobre las relaciones establecidas en este espacio jerárquico; en este mundo de atropellos y abusos. La concentración de riqueza, armas, ejércitos incluye también una estrategia de comunicación, un amordazamiento eficaz de la información, de las narrativas: el poder somete sin embozo, impone versiones, como en ningún momento de la historia, donde las ultraderechas pretenden tener no la última, sino la única palabra. ¿Dónde se colocan las homosexualidades en este afán de aplastamiento de las diversidades, donde la verdad, la justicia es lo que escupe Netanyahu o Putin, Bukele o Milei, siendo lo demás terrorismo, antisemitismo y amenaza a la seguridad? ¿De qué “civilización” son representantes Bibi, Biden, Putin, Milei, Bukele, el narcopoder…? Lo cierto es que nos encontramos ante la erupción de numerosas narrativas desde las homosexualidades en donde se juega el sometimiento (“acaba conmigo”)[8] (Marquet, 2019, p. 62) ante la mortal aplanadora intolerante, ante el estruendo de la metralleta y el misil, ante el amordazamiento y la “victoria total”. Gaza fue gueto herméticamente sellado (hasta que estalló): ahora es montón de escombros, fábrica de muerte, bancarrota y profecía del tercer milenio supremachista. Las comunidades homosexuales han sido condenadas a una vida guetoizada, utilizadas para un pinkwashing obsceno. Al tiempo que se permiten Prides vistosos, se obstaculiza el acceso a la equidad y se sostiene un translesbogaycidio permanente y una polarización genérica. ¿La “victoria total” solo concierne a Gaza e Irán, es un asunto de islamofobia y se logra con bombas de racimo? ¿Hay una conexión entre seguridades nacionales de las potencias armamenticias, construcción de murallas para frenar las oleadas migrantes y mordazas mediáticas desde Siberia hasta Buenos Aires pasando por Europa? El contexto joteril: Leer con zapatillas
En la comedia nacional tenemos:
Supuestos herederos de Emiliano Zapata pidieron en un acto de supremachismo desembozado que se descolgara el cuadro, que se quemara invadiendo el recinto del Palacio:
¿Emergió el supremachismo del México profundo?; ¿Fue un asalto de “vándalos” (así se les apostrofaba) al recinto de la “Civilización”?[10] ¿Intolerancia? ¿Manipulación? ¿Estrategias mediáticas? ¿Cuándo asisten los “zapatistas” a Bellas Artes es para prender fuego?[11] Es preciso preguntarse qué pasó en un siglo de revoluciones, de PRIES, con el lema: “La tierra es de quien la trabaja.” A lo cual, Rulfo responde “Nos han dado la tierra”. En grafiti, pintados en los muros de la tierra de Zapata dicen que no tienen tierra ni en las uñas. (Cfr. Marquet, 2019).
“Prefiero morir en zapatillas a vivir de rodillas”, fue la respuesta contundente de la comunidad gay y trans en un mitin de visibilización y desagravio frente al Palacio de las Bellas Artes, manta reivindicativa de la comunidad defendiendo desde la visibilización jota, como la recuperación de la figura revolucionaria por antonomasia, el derecho a una historia no-broncínea, no heterocissexista…
El jinete fue identificado como Zapata, por la curaduría de la exposición Zapata después de Zapata, lo cual, al parecer, no fue el propósito original de Fabián Cháirez. La pieza estuvo exhibida en la galería José María Velasco en 2015; en versión mural, se encuentra en un bar, el Marra, institución que revolucionó la Calle de República de Cuba. Ningún zapatista se presentó a estos sitios a exigir la quema de la pieza… por el contrario, el nuevo Zapata, nudista y coqueto, tras haber sido amenazado por la inquisición heterosexista, se difundió por todos lados, creando el Zapatillismo. En uno de los capítulos de El demonio que nos habita, el lector encuentra el perfil de Fabián Cháirez cuya imagen se proyecta en un capítulo, “Altar” (pp. 37-46) bajo un Natalio entregado a su pintura y a sus obsesiones, una de ellas tiene que ver con la muerte, quien lo ha visitado en su estudio y se ha instalado en él. Poética de Yacamán
Es imprescindible hablar de la figura del padre (más del lado de la chavorruquiedad grotesca) en la narrativa de la catástrofe decadente (sismo del 85, el incendio de la cantina (La Alegría), secuestro en una vecindad, vías del tren) de Fernando Yacamán, marcado por un perfil de violencia, seducción, sadismo. ¿El chacal maduro, esquivo y ojete (siempre en deficiencia de ojetería) como ideal de “amante” (nunca como amante ideal, porque no hay amante, es decir, relación estable)? Sabiendo que siempre el número de flechas será insuficiente y que la relación martirológica será episódica sin posibilidad de mantenerla (al sádico porque no le interesa distraer su atención de sí mismo; al masoquista porque no hay suficientes flechas ni suficientes arqueros para lanzarlas, suficiente puntería, ni suficiente daño…).
Procederé a partir de diez puntos para adentrarme en Sebastián de la noche:
Entrar a Sebastián por Refugio Habría una estructura simétrica, en la que existen dos personajes reales y dos espectrales: a Gabriel, a quien conoce en Grindr, corresponde el espectral Abel; mientras que, a Simone, maestra y compañera de aventuras nocturnas, corresponde doña Refugio. Es decir, hay dos extranjeros: el capitalino Mateo y Simone; y los hidrocálidos Refugio y Abel. Dos personajes de carne y hueso y dos personajes que colindan con lo espectral. Dos adultos mayores y dos personajes jóvenes. Me centraré en la figura de Doña Refugio Santamaría Parra (p. 69)[18], nombre completo de uno de los personajes secundarios de la novela que nos ocupa. De la misma manera, Mateo tiene otro nombre, Sebastián, universo vedado para Refugio (por cuestiones de sexo y género). El espacio de lo espectral conoce límites, algunos precisos; otros ambiguos, aspecto en el cual radica el carácter Unheimlich (ominoso) del relato de Yacamán. La voz de doña Refugio, mujer de 80 años y dueña del hostal Saturnino, es la primera que se oye en la novela. En cada una de sus intervenciones, Refugio no hace sino descalificar. Con una serie de multas que van de 50 a 200 pesos, Refugio establece las normas de la conducta de los huéspedes. Indulgente consigo misma, doña Refugio castiga severamente aquello a lo que se entrega: prohíbe que el huésped ingiera alcohol siendo ella alcohólica. Ella debe hidratarse, ella fuma, aunque en las normas de conducta en el hostal beber y fumar esté prohibido y castigado, por supuesto. Mateo no tiene otra posibilidad de averiguar la verdadera personalidad de sus interlocutores sino a través de registrar subrepticiamente los documentos ya sea de Gabriel o de Refugio. Si no fuera por esto, las relaciones con los interlocutores quedarían incompletas. “Mijo”, una expresión ambigua, aparece desde el principio en Sebastián de la noche (México, 2023), la pronuncia doña Refugio para dirigirse a Mateo. Aunque lo parezca, no es una expresión afectuosa; por el contrario, es una forma de expresarse jerárquicamente inferiorizando al interlocutor, y como tal, abre la primera de muchas de las escaramuzas verbales que sostendrán doña Refugio y Mateo. A Mateo, el protagonista de la novela, le molesta, pero no se atreve a manifestarlo; aunque en diversas ocasiones está a punto de decírselo. En lugar de ello, se queda mirándola fijamente. El código de la mirada se activa, obligándolo a expresar y a poner en relieve la represión, o falta de expresión verbal, en un universo en el que se había aplicado el velo de lo cibernético, el necesario enceguecimiento del escenario contextual del personaje Mateo, iluminado por el seguidor del “Grindr”. Permanentemente doña Refugio lo golpea verbalmente; intenta sojuzgarlo, tiene una gran habilidad para irritar al interlocutor y plantarle banderillas. Le dice burro, ignorante, lo califica de capitalino, pretencioso, “escuincle sonso” (p. 54); critica que se vista de negro, trata infructuosamente de manipularlo, de sacar provecho de él, y termina por correrlo… a lo cual, Mateo responde mentalmente:
Entre la propietaria y el inquilino, la relación jerárquica está establecida desde el principio. Doña Refugio intenta en cada intervención establecer una autoridad despótica, agresiva, irritante. Al mismo tiempo, lo quiere atrapar, acceder a sus recursos económicos a través de “ofertas” como proponer una mejor habitación (¿para vigilarlo?), preparar guisados (verdolagas con papas), darle cigarrillos… la dimensión del cambio de nombre a Sebastián, en este aspecto, permite crear un espacio de huida del acoso de Refugio, invistiendo al erotismo como acto liberador del entorno en el que vive el sujeto. Doña Refugio es cínica, brutalmente escatológica cuando afirma “Dura más un pedo en la mano que el pinche amor.” Vale la pena detenerse en la flatulencia, donde está la marca de la hostilidad de Refugio hacia Mateo. Además, su desprecio hacia el amor es acentuado. Aunque en otra presentación (Yacamán, 2023), han afirmado que Refugio es “entrañable”, al lector le puede parecer una anciana amargada, negativa, invasora, terca, obsesiva, cortante, alcohólica, grosera, pendenciera, uxoricida... la lista de adjetivos negativos se puede prolongar. Incluso a su hermana, doña Refugio la califica de insufrible. Ante todo, es una mujer práctica, de negocios, concreta; le gusta el dinero (o necesita urgentemente dinero), no las relaciones humanas, aunque se aferre a Mateo. Sin duda, exhibe fuertes rasgos que revelan un carácter anal; su apetito por el dinero; la agresividad sin freno ni tacto que despliega, el asesinato de su pareja, están dentro de un continuum sádico. A pesar de todas estas características que hacen muy concreto al personaje, doña Refugio “desaparece”, se esfuma, hacia la página 63, es decir no aparecerá en el último tercio de la novela. De pronto, Mateo escucha un ruido en las escaleras, piensa que se cayó, sale a auxiliar a la mujer que estaba ebria, pero no la encuentra. Es entonces cuando el lector percibe que es un espectro. Ella había afirmado “Yo a veces floto por las noches, mijo.” (p. 64) y Mateo dice, por su parte, que la busca en el cielo… A esto debe añadirse que “A Simone le pareció gracioso presentarme como su amigo “espectrofílico” (p. 60). El cambio de registro realidad/mundo espectral reorganiza la información enigmática que se había venido ofreciendo al lector. Mateo/Sebastián En la novela, “Sebastián” está en cada altar, en cada obsesión, en cada título y en ninguna parte. Los altares del santo, que titulan cada uno de los fragmentos, vuelcan a la novela en el terreno de la ritualidad (lo cual no es ajeno a las relaciones S/M). El título de la novela nos indica la dirección, pero no asegura nada al lector. El título marca un horizonte, nunca señala un punto de llegada o un punto de encuentro. A tal grado que la noche de Sebastián es un deambular sin rumbo. Un echarse a las vías, entrar en terrenos cubiertos de huizaches[19] secos, sin que se llegue en uno y otro sitio a una satisfacción cuando menos parcial. Los amantes podrían terminar sus vidas en las vías de tren arrollados por la locomotora, pero Gabriel no accede a la propuesta de Mateo; la secuencia es calificada de juego. Sebastián no encuentra lo que está destinado a no encontrar ¿qué hace el sujeto en Sebastián de la noche? Sostiene una serie de diálogos que son una especie de refriegas. Aparece una serie de preguntas que no tienen respuesta. El personaje fuma, toma pastillas, bebe un sinnúmero de cervezas y luego tequilas, ve de bar en bar y de bar en after. ¿Qué busca? En todo caso, es bebido por esta doble dimensión realidad/espectralidad. El malestar persiste tanto en lo real como en lo espectral. Las metas fijadas en la vida académica se olvidan[20], se abandonan. Pero, también en la vertiente espectral, el mundo de Refugio y Abel, el malestar persiste. El protagonista, Mateo/Sebastián lo tiene todo: juventud, tiempo, autonomía para llevar todo a donde quiere, incluso a las vías del tren para ser arrollado, para colocar ese vigor juvenil en un paisaje semidesértico donde solo se encuentran escorpiones y cucarachas blancas, un paisaje en donde no hay sino sombras y oscuridad. En la urgencia de La virgen del sado, así como en Sebastián de la noche, está el mismo entorno decadente, la gotera, los insectos. Sin embargo, el protagonista encuentra “lo que quiere”: es atado, golpeado, manipulado penetrado con violencia. Secuestrado. Es decir, encuentra el horror “que busca”. Lo encuentra duplicado. En medio de una aventura, el protagonista yacamaniano cruza un umbral sucio y apestoso, y encuentra lo que ni siquiera imaginaba o soñaba. Por esta razón, la Virgen del sado, destartalada, orinada y decapitada puede ofrecerle algo: aquello que no imagina, que no sospecha siquiera. Es decir, su deseo, que se encuentra más allá de lo formulable, del horizonte tierno, amoroso, aséptico, convencional, del desenlace “y-fueron-felices-para-siempre”. Se busca lo irrepetible, se busca la intensidad no formulada, violenta, que trabaje el cuerpo a fondo desde el dolor, lo que es único, no lo que permanece, lo fugaz, lo brutal, lo fugazmente brutal, lo brutalmente fugaz. Es tan fuerte que es del orden de lo irresistible y de lo verbalizable. Al sujeto se le conduce al límite. Más allá de la intensa pasión que se pone en escena, existe solo la muerte. Ya no se trataría de una escena sadomasoquista sino de un asesinato. De una escena gore terminal. El sujeto se libera del secuestrador; de ese cuarto de seguridad en donde conoce la inanición, el hambre, la fetidez, la incertidumbre… y el goce de ser atado, de ser objeto inerme ante el sádico, ante el todopoderoso. ¿No es verdad que se busca el poder, al sujeto con manos y brazos capaces de atar, apretar, golpear: es el padre de “pegan a un niño”, el padre todo poderoso que castiga. Que está allí con su ideología machista, de fuerza. Ese padre que siendo tan fuerte es tan inconsistente, tan grotesco, tan defraudador, tan ávido de goce de sujetos débiles y quebrantados. Corresponde a la imago del padre de Todos mis padres, el maestro de geografía, el hombre con atuendo de monje (Sebastián), rodeado de videos. El protagonista de la narrativa yacamaniana queda a merced de otro para el cual es sujeto de placer, y siéndolo le ofrece el placer complejo en cuyos componentes se encuentra tanto la cosificación, como un alto a la angustia. El personaje yacamaniano tiene una convicción de que se puede aventurar en terrenos del peligro y sobrevive, vive para contarlo. Nació en el vértice del horror, en el terremoto del 85 y sobrevivió no solo a pesar del colapso nacional, sino a pesar de su padre, desobligado que no lo vuelve a ver. Por lo tanto, en el origen fue la vida en medio del peligro, sobrevivir a pesar del agudo estado de emergencia nacional. La vida si es tal hay que arriesgarla para obtener la convicción de sobrevivir. La vida para el protagonista de esta narrativa es sobrevida, que es lo que cuenta. Y es justamente en esta estética de la sobrevivencia en donde coincidimos los sobrevivientes del VIH, de vivir bajo el supremachismo, en medio del gaycidio. La sobrevivencia se encuentra entonces del lado de la resistencia. Del lado de esa convicción de que se estuvo en el filo del horror y, sin embargo, la supervivencia ganó la partida. Es la erotización de la violencia lo que se vive en la narrativa yacamaniana. Una voluntad (casi) suicida de manejarse en el filo de la navaja. Un poco más allá de su espacio de peligro, está la muerte: la cosificación, el cadáver, el gaycidio, el crimen impune. La estadística del joven cadáver de hombre gay violado y asesinado después de haber sido golpeado, acuchillado. Inesperada y paradójicamente, Sebastián será víctima de las flechas que no le disparan. Caerá víctima de no ser prendido y atado al árbol. No será objeto de diversión para soldados montoneros y perversos. Este Sebastián ahora será víctima de que no le hagan caso, de no encontrar nada, de que incluso los insectos más temidos no le piquen. Aún el veneno ponzoñoso ha desaparecido. El personaje yacamaniano vive en el intersticio de dos naturalezas: animal y sideral. La división renacentista, inframundo y supramundo, continúa vigente en el universo de Yacamán. De esta forma, el relato nos dice que Mateo y su amigo, son bisontes primero; luego que son meteoros. La fusión de ambos mundos se opera solo cuando dos hombres se encuentran en medio de la pasión entre ellos, cuando se establece una relación erótica. El amor une dos costelaciones; realidad y más allá, inframundo y supramundo. ¿Es posible que el amor se establezca en el intersticio de la realidad y espectralidad? Tal es el reto y la derrota de Sebastián de la noche. Una capitulación en la que se ha arrancado un gran trozo de esta realidad inasequible, inabordable. Los planos opuestos
A esa edad no sabía lo que era coger.
El juego del bisonte que los niños juegan “inocentemente” está fuertemente investido; esta forma adopta las relaciones de homosexualidad entre dos niños que no tienen idea de las dicotomías establecidas en el heterosexualismo. De la oposición hetero y homo. Digamos que los niños están inmersos en una pulsión, inocente y espontánea: la lectura del padre los va a significar como marginales y abyectos, arrebatando la “inocencia” al juego. Es el padre el que capta un sentido del juego de los topes y establece un límite a estos escarceos homosexuales; quien prohíbe, separa y educa en la heterosexualidad (coordenada que no existe para los niños).[21] De esta forma, esta figura paterna, que se va de juerga, huele a cerveza, tiene barba crecida, se hermana con otras figuras paternas, como Luis Habib, el libanés de Todos mis padres. Es un padre supremachista, como los que abundan en la narrativa de Yacamán. Separados, estigmatizados, Mateo “se da de topes en la pared” (Mamá Psicología Infantil, S/F)[22] no pudiendo darse de topes con otro niño, la única posibilidad de relación con el otro es darse de topes jugando al bisonte. La expresión tiene una enorme carga en español: darse de topes contra la pared, indica la incapacidad para franquear obstáculos. Aunque parezca extraño, darse de topes es una acción amestudiada que se presenta en algunas infancias: Los motivos por los que los bebés pueden llegar a hacerse daño y golpearse la cabeza contra la pared pueden ser varios, entre los más frecuentes y normales están para llamar la atención o para descargar su frustración y rabia por algo que no han podido obtener. (Mamá Psicología Infantil, S/F). Desde la niñez, cuando se expresa la vida sexual, cuando el deseo aparece, se dispara la violencia, los golpes, por un lado; por el otro, también se escinde el sujeto y queda estigmatizado (por el padre). Yacamán desde Monsi ¿De la misma manera se puede afirmar de Sebastián de la noche: “Polvo eres y en objeto de placer de un sádico te convertirás”; “Polvo eres y polvo tu voluntad para salir de ese cul de sac”; “Polvo eres y polvo el erotismo en que te regodeas”? ¿Cómo explicar la falta de agencia para ponerse a salvo de esta situación de emergencia? o quizá sea mejor afirmar que hay una agencia certera para encontrar el dolor. ¿Cómo "explicar" esta erotización, este intenso regodeo en perderlo todo, en jugarse la vida? ¿Habría que censurar, estigmatizar a este gozador en el abismo? No se trata de esto. Para nada. En cambio, me parece que se debe repensar el supremachismo y la interiorización de la violencia que se dispara contra el maricón en una sociedad donde se glorifica la fuerza, donde el varón se construye mediáticamente con empistolados que disparan mucha bala. El análisis de Monsiváis se focaliza en el charro de charros, em el macho en escena, el macho triunfador deseado por mujeres y envidiado por varones, de voz grave, "la figura demandante y la voz imponente." (p. 95), la construcción del dispositivo del macho que es el hacendado, el criollo guapo y valiente. En una palabra, el ideal del macho que modela la axiología social. Algo muy diferente sucede en la narrativa gay, donde no aparece el macho ideal, donde el padre, o las figuras paternas no son modelo de nada, en todo caso son contramodelos y que, a pesar de ello, se colocan en el centro del deseo. En la búsqueda del goce en la vecindad[23] que se hace patente en La virgen del sado, se produce la demanda del placer al golpeador, al que no sabe sino golpear de manera mecánica. El sujeto yacamaniano (¿yacamaniaco?), se centra en la búsqueda de la fuerza, del vínculo vigoroso, poco importa padecerlo. Lo que importa es que exista el vínculo, el lazo con el otro y resentirlo hasta lo más hondo. Bifurcación: si bien en el ámbito de las mujeres, se ha denunciado a través del feminismo la violencia de género, en el ámbito queer, se busca la violencia, el sometimiento, la vida de perro, la poética del sado-masoquismo que se hace presente en cualquier fiesta temática, en cualquier evento fetiche. Al mismo tiempo que se hacen observatorios para denunciar y contabilizar la violencia en el ámbito gay, hay un lado oscuro donde se goza en medio de la violencia física y simbólica. La violencia ha calado tan hondo en el alma homosexual-gay-queer: poco importan las denominaciones, las propuestas identitarias. Parecería que es la violencia la que funciona como hilo que vincula cada una de las eras por la que ha pasado la comunidad elegebetera. En el fondo, la llaga gaycida sigue operando, sigue demandando una forma de goce en la que pasividad-dolor-entrega se concentran ante el macho, despiadado, golpeador, ante la figura paterna. El nuevo sujeto se dirige hacia la escena de victimización, busca estar atado para recibir la porriza. Si nos preguntáramos ¿cómo se construye el sujeto elegebetero actual? Habría que responder que se construye frente a la violencia, no huyendo de ella, no poniéndose al abrigo, sino buscándola, demandándola, recibiéndola. ¿Cómo se construye el relato del sujeto diverso? se construye sin punto de llegada (es decir, sin satisfacción del deseo), en las riberas de la pasión, en los escenarios de la víctima. ¿Cómo se construye el goce diverso? Desafiando la muerte, resistiendo a los golpes... porque no se ha “aprendido” (¿quién lo enseñaría?) nada diferente en una sociedad gaycida en la que el grito unificador del macho, el grito aglutinador es ¡PUTO! A manera de conclusión
Al negar que exista una comunidad gay, Didier Eribon (2000) señala, en cambio, otro tipo de vinculaciones, un lugar de encuentro de los gays: “Los individuos pueden hacer que exista un discurso y una posición intelectual y política en los cuales un cierto número de otras personas escojan reconocerse, en un momento u otro, total o parcialmente.” (p. 37) Uno de los sitios privilegiados para este encuentro es justamente el arte, el discurso literario, la literatura, el relato, justamente la narrativa de Fernando Yacamán. Pero también, en el personaje que Fernando se creó de sí mismo, en su personalidad viajera, vagabunda, patinadora, en la pareja que forma con Ignacio Velasco con el que lleva 16 años como pareja, en su profesión de fe en la literatura en un recorrido que va desde Todos mis padres hasta el libro más reciente, Sebastián de la noche. Un lugar en el que me reconozco emocionalmente al mismo tiempo que, habitando esos espacios, me obliga a interrogarme.... sobre el deseo, la violencia, los escenarios sado-masoquistas en este universo de sometimiento extremo (victoria total[24]/derrota total (exterminio) ) que se vive nacional e internacionalmente. Esa línea que va desde la resistencia al discurso de Heterolandia; hasta el sometimiento. Cuando alguien descubre que es homosexual, ocupa un lugar en la Sociedad que le preexiste. La categoría de “los homosexuales” existe antes que él. Y toma asiento en el interior de este grupo estigmatizado, lo quiera o no, se esconda o no. (p. 72) Cada gay puede ser insultado y tratado de sucio “maricón”, sino porque ha conocido la injuria antes incluso de saber que un día se dirigiría a él. Un gay sabe desde su más tierna edad, antes incluso de tener una vida sexual, que hay gente a la que se puede tratar de maricones. Y un día toma conciencia de que forma parte de ellos. (p. 72) A lo largo de la narrativa de Yacamán observamos un sexo duro, golpes, lesbogaycidios. En cada relato, en cada línea de vida de los personajes que pueblan el universo de Yacamán hay violencia, sangre, heridas, navajas, pistolas, fuego, que sin duda el lector disfruta. En La virgen del sado además de un secuestro, de golpes, de un homicidio, de un triángulo amoroso, hay una inmensa satisfacción. Se cumple con una erotización de la violencia, con la violencia, se goza por la violencia, por padecerla. Se comulga en una mística de la herida, hay un apego al padre, búsquedas del padre que en Sebastián de la noche llega hasta el ámbito de lo espectral. Pero esto no solo ocurre en el ámbito gay. El relato se estructura en un malestar social profundo que impregna todas esferas, la de la maestra norteamericana, “Simone solo pacheca era sociable.” (p. 44), la del estudiante en estancia de intercambio, la de los personajes espectrales como Refugio y Abel, cruel, sádico, ojete.
Referencias [1] “Es necesario admitir que hay mil modos de vivir la homosexualidad” (Eribon, Ex-aequo 26, 1999). [2] En una novela, El príncipe del Puerto de Veracruz se afirma: “Fui un niño sensible, un niño solo, muy solo, sin amigos, un niño del que se reían, al que insultaban, le pegaban, del que se burlaban…” (David Ramón, 2012, 207) [3] Me parece que es justamente en la compulsión a la repetición donde se ubica una forma de recordar y de significar las palabras que se pronuncian y las acciones. [4] “Antes del tumultuoso desayuno o el náufrago”, relato de Jorge López Páez describe este pasaje de la adolescencia a la edad adulta, la función del grupo de amigos… [5] La escisión no solo se produce en el ámbito del relato, al nivel del protagonista, sino que se propaga en el efecto estético. Se pueden pensar estos fenómenos, estos diferentes momentos, en el marco de la violencia de la que habla Eribon, y la necesidad de “olvidarla”. [6] Aunque esa migración se suele pensar como de pueblo-chico-infierno-grande a la ciudad: “Huir a la gran ciudad, a la capital, para poder vivir su homosexualidad es un paso clásico y muy común en un joven gay.” Eribon, Didier. Regreso a Reims (p. 14). Libros del Zorzal. Edición de Kindle. También el gay que vive en la metrópoli ha de abandonar su entorno para vivir por sí y para sí, revivir en un sitio en donde no es conocido, un sitio de libertad. [7] Se trata de Raúl Osiel Marroquín Reyes, cuyos crímenes se caracterizaron por violencia extrema. [8] En Todos mis padres, se encuentra la misma petición; el mismo fraseo: “El padre se vuelve un sinónimo de golpeador, sobre todo porque el ‘hijo’ implícitamente formula una demanda de ser vapuleado. ‘Acaba conmigo’, pide el narrador al Centauro.” ¿“Acaba conmigo” es acaso una expresión aguda del supremachismo interiorizado? [9] Bertrán describe claramente el doble discurso institucional al señalar que “al cuadro de Arnold Belkin Entrada de los generales Zapata y Villa a la Ciudad de México (1979), detrás de cuyo muro se exhibe, resguardada ya por dos custodios, la provocadora obra de Fabián.” (Bertrán, 2023, pp. 209-210). En efecto, “La Revolución” se incluye, pero con poca visibilidad, se exhibe, pero closeteramente. [10] Bellas Artes es porfirista, en cuanto a concepción y función clasista. El palacio de las Bellas Artes también es profundamente gay: centro de reunión de la élite gay, jotas pero cultas, que asiste a la representación del arte global. “El estar en Bellas Artes constituye un pequeño y maravilloso oasis…” (David Ramón, 2012, p. 46) Ópera, ballet, sinfónica siempre han sido cocteles gays, pregúntenmelo a mí que desde la secundaria era y sigue siendo la primera etapa de la noche. Lugo íbamos al Bar el Paseo, junto al University Club, a comentar la representación, en tenue de cocktail, y luego a… (sin tenue de cocktail) O comenzábamos en el Buterfly; ahora en los bares del centro… [11] Escribí una crónica de la inauguración de la exposición que se encuentra en mi blog: https://wordpress.com/post/elegebeteando.wordpress.com/5819 [12] Dejando de lado el fondo megalomaníaco en el que se expresa esta fusión de semen y constelación, la proyección astral del orgasmo es un recurso que también encontramos en la lesbocuentística de Odette Alonso. Cada uno de los cuentos representa un fuerte estallido volcánico; la noche se ilumina con el resplandor de la tormenta eléctrica que queda como una estela de lo acaecido: “Ella estaba desnuda sobre mí en medio de un relámpago de luz.” (p. 13). [13] En la famosa aria de la Traviata, “Un dí, felice, eterea”, el amor es palpito del universo: “Di quell'amor, quell'amor ch'è palpito Dell'universo, Dell'universo intero...” aria que utiliza Fassbinder (1945-1982) en Las Amargas lágrimas de Petra von Kant (1972). [14] Gabriel también deja una marca en el pecho de Sebastián/Mateo cf. p. 43. [15] No es la primera vez que el nombre del mártir romano aparece en la narrativa yacamaniana: el nombre de uno de los amantes del protagonista, justamente el que lo envía al hospital, es Sebastián en Todos mis padres. [16] En la novela Todos mis padres el nombre Mateo, lo lleva al profesor de Geografía, Matero Gutiérrez, el Centauro. [17]El cambio de nombre aparece desde Todos mis padres (2019): “Luis, el profesor, el narrador, el homosexual sólo quiere quitarse el nombre que lo une a una línea supremachista. Desde el principio, el narrador señala: “Si pudiera me cambiaría el nombre y el apellido.” (p. 11)” cf. “La leche se paga con sangre: Todos mis padres de Fernando Yacamán”, https://temayvariacionesdeliteratura.azc.uam.mx/index.php/rtv/article/view/226/182 [18] El nombre completo de Doña Refugio es Santa María Parra, la cuca, tal como Mateo lo lee en el diario que informa sobre el asesinato de su marido. [19] En la narrativa de Severino Salazar, el huizache tiene un valor inapreciable: sirve para colgarse de sus ramas. En el horizonte que describe Yacamán hay muchos huizaches; ningún colgado. [20] Aunque el propósito del viaje a Aguascalientes es escolar, nada se sabe de la vida académica de Mateo, parece que no tiene relevancia. [21] Vicente, el padrastro del protagonista de Todos mis padres, descubre a través de un chupetón en el cuello que su hijastro es gay. [22] Darse de topes contra la pared, al parecer, no es un hecho poco común, suele ocurrir sobre todo en los niños y está ligado a la capacidad del niño para expresar su frustración. [23] Es sintomático que la vecindad sirva como un espacio privilegiado para los fines de la construcción del hombre viril en el melodrama difundido por el cine de Oro, y para la construcción en la narrativa gay contemporánea de la escena del goce gay masoquista, extremo. [24] Es la exaltada fórmula fascista promovida por Bibi Netanyahu y que no revela sino la bancarrota de la causa sionista
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