Hijos del volcán (Reseña).

DOI: 10.32870/argos.v10.n25.10.23a

Carlos Alberto Navarro Fuentes
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(Navarro, 2023, p. _)

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Navarro, C.A. (2023). Hijos del volcán. Revista Argos. 10(25). 171-175 DOI:10.32870/argos.v10.n25.10.23a

           

Ficha técnica: Pobo Tzu' - Noche blanca (México, 2021). Dirección: Tania Ximena, Yollotl Gómez Alvarado. Producción: Mónica Moreno, Julia Cherrier, Julio Chavezmontes. Guión: Tania Ximena, Yollotl Gómez Alvarado. Fotografía: Yollotl Gómez Alvarado. Sonido: Carlos Edelmiro, Javier Umpierrez. Diseño de Producción: Tania Ximena. Edición: Liora Spilk, Yibran Assuad. Compañía Productora: Piano Producciones, Calouma Films, Simplemente. Género: Documental. Poemas: Trinidad Díaz Arias.

Sinopsis: En 1982, la erupción del volcán Chichonal ubicado en el estado de Chiapas al sur de México, sepultó al pueblo indígena zoque de Esquipulas Guayabal. 38 años más tarde, los pobladores de Nuevo Guayabal rehacen sus vidas mientras el volcán y la vieja aldea acechan bajo la tierra y la ceniza. Trinidad, un poeta nacido el día de la erupción, tiene sueños que coinciden en un esfuerzo colectivo de su comunidad para desenterrar su antiguo hogar y reconstruir la memoria de los hechos.

En ocasiones se puede sentir al volcán deambulando por los
 pueblos. Su presencia anuncia que se acerca una erupción.

“Pobo ‘Tzu' - Noche blanca”, entre las esferas del cine documental y el experimental entreteje la realidad con la ficción, lo mítico con lo onírico, dando lugar a una narración bilingüe zoque-español sobre un relato doloroso derivado de la erupción del Chichonal en 1982. El documental inicia con una toma cenital en la que Román [Díaz Gómez], personaje del filme y fallecido antes del estreno de este trabajo. Román dibuja sobre la tierra roja en medio de la noche, mientras relata: Les voy a contar cómo funciona la Tierra. Aquí nace el sol. Aquí el sol se pone y muere el día. Esta es la Tierra por fuera y esta es la Tierra por dentro. Aquí en medio está la noche, donde da vuelta el día y ya no hay sol. Y aquí vivíamos los zoques, hombres de palabra. Hasta que un día, despertó el volcán Chichonal haciendo una gran erupción que sepultó el pueblo entero. Todo se volvió oscuridad, el mundo enmudeció. Aquella noche salimos huyendo, abriendo caminos para poder sobrevivir. El cielo perdió la luz y llegó el fin del mundo.

En la comunidad de Guayabal en Chiapas quedaron sepultadas 16 poblaciones por la fuerza del volcán: Esquipulas Guayabal, entre otras. Pyowa tyzu’we, (la mujer que arde) es la dueña del volcán. La trama tiene lugar en medio de un contexto atravesado por conflictos históricos violentos: desplazamientos, desaparición forzada, lucha por tierras, entre otros. La comunidad zoque de referencia mantiene la intención de volver a fundar el pueblo.

El documental está íntimamente relacionado con la poesía y la cosmogonía zoques, aspectos que logra identificar y resaltar de manera eficaz el documental a través de los zooms de la cámara, el sonido, la fotografía y dejando fluir libremente a uno de los protagonistas del filme: la lengua originaria de los zoques. Tal es el caso cuando la cámara se mueve “en picado” hacia el interior del cráter del volcán; o, cuando esta se aleja de las profundidades del interior de este hacia afuera, acompañando estos movimientos el sonido magmático que producen las entrañas de la Tierra que alimentan al volcán. Estos movimientos de cámara ralentizados sirven como pauta para plantear el ritmo del documental.

La fortuita tensión en el filme entre la ficción y lo real-catastrófico que la población zoque ha venido padeciendo, cobra un significado virtuoso acompañado por una economía de acciones, la cual se complementa de una riqueza de imágenes tomadas in situ de lo real, de lo que sí ocurrió y allí tuvo lugar, dando lugar a una relación intermedial: poema-imagen, cadena de secuencias ricamente creadas y de alto contenido simbólico de poesía visual-auditiva (sensaciones, rostros, miradas, sueños, testimonios, dibujos, objetos). Se escucha “en off” la voz de una mujer anciana y la de un hombre: [la mujer]: “La dueña del volcán me llama, se está acercando de nuevo. Dice que ha llegado el momento. Que tenemos que darle lo que quiere, y ella nos pagará. Viene por alguien, porque aquí no es su lugar”. [el hombre]: “¿Y qué le dijiste?”. [la mujer]: “Yo respondí: sólo tú sabes lo que hay que hacer”.

El volcán y su cráter son leit motiv. La gente se mete, se asoma, sueña y dialoga con este en voz baja.En “Pobo ‘Tzu', los pobladores zoques proponen desenterrarse entre imágenes difusas; refundar el pueblo a través de la reconstrucción de recuerdos y la recuperación de objetos materiales, la sublimación de la pérdida que acompaña la resignación por la muerte y el duelo que la acompaña, detonando ensoñaciones y lo real-trágico como parte de una acción colectiva de memoria. Mientras excavan la tierra, van narrando y desenterrando recuerdos con el trauma inmanente. La cámara capta y da forma a los rostros introspectivos de los personajes de la comunidad. Los exteriores que recorre la cámara durante la filmación desdibujan sus fronteras con respecto a la interioridad reflexiva y discursiva de los protagonistas.

Las tonalidades grisáceas que predominan en el documental tiñen el espacio de visión del espectador, haciendo traslúcidas las emociones y sentimientos de los personajes que habitan el filme. La vida y su ciclo son narrados por ellos mismos desde la creación del mundo y la posibilidad de la vida, hasta la muerte como parte de una temporalidad que acontece entre el cosmos y la existencia en la Madre-Tierra. El sonido del agua hirviendo y brotando, deseosa de correr y posibilitar la vida. Los pasos de una gallina seguidos por la cámara. Escenas que muestran la destrucción de la naturaleza ocasionada por la erupción del volcán; la muerte: osamentas, restos de ropa, árboles quemados y retorcidos que asemejan figurillas humanas pintadas por el manierismo de El Greco.

Aunque los sucesos son recordados por la comunidad con dolor por la muerte que trajo consigo el volcán, los desaparecidos, los que se quedaron atrapados y no pudieron huir, sirven de testimonio y recordatorio de que ese tiempo puede volver a ocurrir; memoria y duelo se entrecruzan en un horizonte de comprensión acompañado por el miedo y las preguntas sin respuesta. Un nuevo principio regenerador de la vida se avizora en el imaginario de la comunidad.

La cámara se abre camino -en algunas secuencias a ras del suelo- convocando al espectador a participar en la perspectiva y conformar el plano que la primera se propone, mientras capta los sonidos de la naturaleza. Imágenes aderezadas con ceniza, duelo y esperanza. Cráneos sobre la superficie. El volcán arroja vapor y agua hirviendo como si quisiera vaciarse por completo. Los pobladores hablan en su lengua; se escuchan “en off” versos en zoque referidos al volcán. Reflexionan sobre el pasado anterior a la erupción.

Dialogan sobre la posibilidad de recuperar su comunidad y recomenzar en medio de la niebla como telón de fondo. Se escucha una plegaria “en off”: Madre Tierra que siempre has estado donde habitan mis antiguas raíces. Aquí estamos y seguiremos viviendo y aquí vivirán nuestros hijos, nuestros nietos. Aquí brotarán nuestras flores, y florecerás en nuestra mente y espíritu. No estés enojada con nosotros por haberte dejado tanto tiempo. Siempre volveremos a ti. Así como llega la noche, también entra el día. De esa manera hemos vuelto a vivir contigo.

El volcán y la comunidad con su testimonio y memoria son los narradores orales de sus manifestaciones entre sueño, vigilia y realidad. Agua, tierra, fuego, viento -y éter, tal vez-, se mimetizan con la población. El coloso suscita una sensación de vigía de la vida de quienes moran a su alrededor, de constante creación y potencial destrucción; la vida como lo contingente, lo que podría no estar por no ser necesario en medio de una homeostasis cosmológica en constante búsqueda del equilibrio. La comunidad y lo sagrado que subyace resguardado por -el dios de fuego- y el volcán mantienen una relación de conveniencia y respeto mutuos. Quieren que este les permita recuperar los restos y pertenencias de sus seres queridos, pero también temen que este vuelva a enojarse con ellos.

En una escena se observa a dos hombres de la comunidad rezando y cantando en español a la entrada de un altar en el que hay dos veladoras grandes a los costados de una pequeña cruz de piedra. La cámara recorre un camino de velas. Dialogan en su lengua. Oran a sus difuntos, muertes acaecidas por la erupción del volcán. Bailan con máscaras y sus utensilios de trabajo en las manos: figuras antropozoomórficas escenifican el ritual. Representan la realización de un sacrificio al volcán y a las raíces del mundo.

El sonido es excelente. Este y la música resultan precisos y atinados para generar esa tensión y suspenso que las imágenes como parte de la trama procuran, por ejemplo, el sonido que despiden las palas y los picos al golpear la tierra y las rocas; o, el de las brochas y las escobas al barrer las piedras y el suelo con tenacidad y esperanza disciplinada, lo cual a su vez otorga al filme la capacidad para mantener el interés y la atención del espectador creando una narración en la que el componente ficcional respecto de lo real no sobrepasa al segundo.

Imágenes-poesía observamos cuando en un plano general semifijo, aparece en la cámara la caminata de hombres de la comunidad al amanecer, entre cenizas y niebla los hace parecer seres geológicos, mientras el sol continúa hacia el cenit. Estos seres arrancan la hierba y surcan los suelos, tal como la memoria y su lengua se aventuran en el pasado presentificado, suspendido y redivivo por el dolor, la muerte y la esperanza que intenta comprender. Los sepultados por el volcán moran entre la muerte y la vida, el recuerdo no es suficiente para su descanso eterno. La imagen del agua burbujeante que se menea de un lado a otro entre las salientes de las rocas que quedan por encima de la superficie, parecen huevos a punto de resquebrajarse y alumbrar nuevas vidas.

Esta mineralogía produce un sonido visual-poético que pone a dialogar una cadena de secuencias con otra, en la que el leit motiv vuelve a ser el cuerpo y la piel del volcán, a la vez territorio donde los zoques de Nuevo Guayabal se disponen a darle continuidad a su ethos y su habitus. Los “hijos del volcán” habitan entre las fuerzas vivas capaces de movilizar la naturaleza, haciendo eco al título de la obra de Malcolm Lowry (1909-1957) “Bajo el volcán” (1947); o, al libro-documental intitulado “Bajo el Tacaná. La otra frontera: México/Guatemala” (2007), dirigido por Isabel Vericat.

Desenterrando y cavando detienen el paso del tiempo, se encuentran a sí mismos y mantienen vivos a sus ancestros; una batalla que se renueva día a día y que se resiste al olvido, fundiendo en una misma temporalidad pasado y presente: Cerro eterno, sangre del volcán. En la última escena, algunos pobladores (mujer anciana, niño y hombre adulto) miran con prudencia al interior de un hoyo profundo en la tierra, pensativos, aguardando.

Los directores Tania Ximena y Yollotl Gómez Alvarado logran un texto audiovisual lleno de poesía y belleza, sin menoscabo de la investigación cinematográfica y la apuesta estética que posibilitó su realización. Un filme cuya visión no pueden perderse principalmente quienes gusten de apreciar buenos documentales sobre la vida de los pueblos originarios, su cosmovisión, mística, vida cotidiana, sobre hechos que histórica y recientemente ocurrieron en nuestro país, y a los cuales, no obstante, poca o nula atención se les ha prestado. Nuestros pueblos están vivos y exigen ser vistos, escuchados y reconocidos..

 
 

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