Ciudades americanas y europeas transformadas por una visión literaria.

American and European cities transformed by a literary vision.

DOI: 10.32870/argos.v10.n25.1.23a

Antonio Rodríguez Jiménez
Universidad Autónoma de Guadalajara (MÉXICO)
CE: arodriguezj15@gmail.com
https://orcid.org/0000-0003-4387-7649

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Recepción: 10/09/2022
Revisión: 07/10/2022
Aprobación: 04/11/2022

   
   

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Rodríguez, 2023, p. _)

En lista de referencias:
Rodríguez, A. (2023). Ciudades americanas y europeas transformadas por una visión literaria.. Revista Argos. 10(25). 03-19 DOI:10.32870/argos.v10.n25.1.23a

   
           
       

Resumen:
La memoria de los poetas contiene una visión más lírica que histórica sobre las ciudades y esto permitirá sostener diferentes miradas sobre lugares emblemáticos del mundo en un entorno evolutivo: desde su esplendor hasta su destrucción, descubrimiento de sus restos y recuperación. El objetivo de este trabajo de investigación es observar la metamorfosis a la que someten los poetas con sus miradas el entorno urbano y lo transforman. Cada contemplación poética añadió un nuevo valor diferente incluso a las mismas urbes. La visión del pasado y la del presente son tan diferentes no por las transformaciones urbanas a las que se sometieron sino por la manera que las veían los creadores. Hasta el punto de que una urbe emblemática, que estuvo inmersa en su ruina permanente durante siglos, también se transformó gracias a esa mirada mágica y deslumbrante, que culminó en una reflexión de creadores contemporáneos, que, entre unos y otros, ofrecen ciudades diferentes, según el estado de ánimo de cada mirada creativa. Entre otras, se aborda Medina Azahara, ciudad palatina del siglo X, erigida durante el califato de Abderramán III, en pleno esplendor de los Omeyas. También se afrontan las visiones líricas de ciudades como Córdoba, París, Roma, Florencia, Venecia, Praga, Nueva York, Madrid, Granada, Lisboa, La Habana, o México, entre otras. En definitiva, se muestra cómo a través de esas miradas privilegiadas, que resplandecen el pasado, se pueden conservar en el presente y dinamizarlas para el imaginario futuro..

Palabras clave: Poesía. Ciudad. Memoria. Miradas privilegiadas.

Abstract:
The memory of the poets contains a more lyrical than historical vision of cities and this will allow different views to be held on emblematic places in the world in an evolving environment: from its splendor to its destruction, discovery of its remains and recovery. The objective of this research work is to observe the metamorphosis to which poets subject the urban environment with their gazes and transform it. Each even poetic contemplation added a new different value to the same cities. The vision of the past and that of the present are so different not because of the urban transformations they underwent, but because of the way the creators saw them. To the point that an emblematic city, which was immersed in its permanent ruin for centuries, was also transformed thanks to that magical and dazzling look, which culminated in a reflection of contemporary creators, that, between one and the other, we find different cities, according to the mood of each creative look. Among others, Medina Azahara, a palatine city from the 10th century, built during the caliphate of Abderramán III, in full splendor of the Umayyads, was addressed. The lyrical visions of cities such as Córdoba, Paris, Rome, Florence, Venice, Prague, New York, Madrid, Granada, Lisbon, Havana, or Mexico, among others, are also addressed. In short, it shows how through those privileged views, which shine the past, they can be preserved in the present and energize them for the imaginary future.

Keywords: Poetry. Memory. Cities. Privileged looks.

 

   
 

Introducción.
Los escritores, los poetas son muy propensos a perderse en largas calles por ciudades conocidas o remotas. A veces, es difícil distinguir si se lee para imaginar de antemano los países que se van a visitar, para conocer sus características, para hacer un proyecto de excursión o para recordar los momentos pasados en ciudades inolvidables. La justificación de este estudio parte de la base de que los escritores leen libros de países que probablemente nunca visitarán para saber cómo fueron los reinos que ya no existen y sólo permanecen en las palabras de un poeta que allí vivió. Los escritos sobre ellas aportan luz y felicidad al que la contempla tras haberla leído. Algunas ciudades hacen verdaderas metamorfosis en la sociedad, cambian la idea de lo que se ve. En otras ocasiones aparecen lecturas –explica Sánchez Reboredo (1999, pp. 32-34)- que se habían hecho hace tiempo y que ahora descubren de nuevo con una nueva portada, como cuando a una ciudad le cambian el empedrado de algunas de sus calles. Divulgar ciudades es la finalidad primera de muchos viajes, pero también lo es reconocerlas o buscar algo que una vez se sintió allí. La literatura, y, especialmente, la poesía, cambian la fisionomía completa y a veces las convierten en rincones tan inmensos como mágicos, todo ello dependerá de la grandeza con que las contempló el vate. Cabrera Infante (1999, p. 43) confiesa haber buscado en muchas de las ciudades del Nuevo y del Viejo Mundo lo que aquellas urbes tenían en común con su Habana perdida. La complicada vida de exiliado y cineasta le llevaron de aquí para allá, de una ciudad a otra, con un centro sentimental en Cuba y otro, vital, en Londres. De ahí su interesante libro en el que reúne artículos sobre las diversas ciudades que conoció a lo largo de su vida, titulado El libro de las ciudades.

Se parte aquí del siguiente planteamiento que define a la ciudad en el pasado como lugar sagrado y de representaciones simbólicas, hoy se configura, ante todo, como un espacio de reproducción de la sociedad que la utiliza a diario. A ello se añade su significado como espacio heredado, espacio de capital, espacio de consumo, de representación y valores simbólicos que se abordan y se intentan explicar desde diferentes formas de análisis e interpretación que van desde enfoques ecológicos a aproximaciones económicas, sociales y humanistas. Escribió Román Alcalá (1999, p. 6-7) en Cuadernos del Sur, donde durante más de veinte años se abordó el tema de las ciudades desde puntos de vista críticos, literarios y filosóficos, que la fuerte diferenciación interna del espacio urbano en términos físicos, de usos de suelo y de composición poblacional, de actividades de ocio y cultura, con características sociales, comportamientos y problemas distintos, es una de las características principales de las ciudades actuales. En esta reductora pero no falsa situación, la relación del hombre y la mujer con su medio, su ciudad, debe suavizarse, encontrar un punto axial que resuelva las necesidades que van a ser creadas por la paulatina expulsión de lo interior hacia lo exterior. Ese punto clave a través del cual los seres humanos tienen que interpretar la realidad, serán los sentimientos. En la frontera ya pasada de dos milenios se plantea la necesidad de repasar la relación del ser humano con su medio y la percepción que tenemos de él. Escribió Román-Alcalá (1999) que la lógica extravagante del turista, que tiene poco tiempo, ha convertido a la mayoría de las ciudades históricas en lugares de paso.

Hasta para el propio ciudadano, la ciudad permanece en su mayor parte invisible, con lo que ni siquiera se tiene la tentación del recuerdo, pues no se sabe mirar; se ha perdido la capacidad de contemplación. Ya no se sale a la calle para apreciarlo todo con codicia, se pasea, por el contrario, vigilantes, deseando cobrar la pieza como si de una cacería se tratase (las máquinas fotográficas o las cámaras de vídeo actúan como armas de combate) para luego volver a la cueva donde la gente se siente segura. Ese fenómeno está a la orden del día en las grandes ciudades de México, donde se suceden las balaceras, los robos de vehículos a punta de pistola y los raptos continuamente, aunque las personas están tan acostumbradas a esos acontecimientos que simplemente se refugian en las plazas donde hay cines, grandes almacenes y tiendas pequeñas de todo tipo, además de zonas de restaurantes y cines, que suplen el riesgo de estar en plena calle y sentir el peligro constantemente.

Recuperar las relaciones entre el ser humano y la ciudad

Es hora, pues, de recuperar las relaciones sentimentales entre el hombre y la ciudad, elementos que organizan las actividades, facilitan la movilidad y proporcionan seguridad emocional a todos los ciudadanos. Es evidente que la cultura predominante en las ciudades está sometida a la soberanía tecnológica. Cuántas veces se sale a la calle y se ven parejas de jóvenes muchachos o de viejos matrimonios cada uno embelesado en su teléfono celular. Se busca a través de la tecnología una virtual comunicación mientras se obvia a la persona que se tiene al lado o nunca se saluda a los vecinos cuando se encuentran en el portal del edificio o se cruzan en las escaleras, y ya no se diga por las calles del barrio. La ciudad vive enfrascada en esa problemática de la incomunicación y hay que ser conscientes de que es necesario convertirlas de nuevo en un espacio vivido, sentido y valorado de forma diferente por los individuos a través de sus representaciones mentales y colectivas. Este enfoque de la ciudad como campo percibido -se recuerda de nuevo otra reflexión de Román Alcalá (2002, pp. 6-7)-, apoyado en el terreno de la psicología y situado en una corriente de pensamiento fenomenológico, que reconoce a la ciudad como imagen representativa de un medio real que influye en el comportamiento humano. De este modo existe una interacción sentimental entre la imagen de la ciudad y el comportamiento humano que construyen unas relaciones hombre-ciudad, determinando el significado y el simplismo de las distintas partes de la urbe. Percibir, sentir y pensar son tres procesos que generan una determinada información que condiciona no sólo la experiencia personal del individuo, sino su cultura y las distintas etapas en el ciclo de su vida ciudadana. Entonces, del encuentro apasionado, sentimental entre una ciudad y una mirada surge un modelo mental del medio real que integra al hombre con su pasado, su presente y su futuro.

La mirada elegida en esta investigación para acercarse a la ciudad es esencialmente la del poeta, una observación subjetiva y personal con capacidad de aportación, que posee la virtud de transmitir sentimientos propios y de la misma ciudad vista a través de la retina del poeta. Se aborda el pasado como desolación. Cuando Virgilio reduce la destrucción de Troya en una sola frase, “Troia fuit”, ese pasado del verbo sin posibilidad de recuperación convierte una ciudad en una ruina. Las ruinas son un símbolo evidente de la declinación y de la perdición de grandes ciudades, cuyo tiempo pasado ya no existe. No obstante, el pasado destrozado ejerce una atracción enigmática sobre el ser humano. Al hombre le atrae el fin de las cosas. El poeta le canta al ocaso, a la pérdida o la derrota como si la muerte fuese más digna o tuviese más grandeza que el nacimiento. En las ciudades patrimonio de la humanidad, las ruinas ejercen una gran influencia sobre el viajero. Recuérdese la ruina como símbolo de declinación que tanto atrajo al movimiento romántico en el siglo XIX. Y lo mismo ocurrió a finales del siglo XX, como si los calendarios tuvieran algo que ver con el temor y temblor de la irracionalidad humana, atraída por esa especie de ciclos fatídicos. Cuando se pasea por una ciudad siempre hay un recorrido del corazón, que se quedará grabado en la memoria.

En definitiva, puede ocuparse de las relaciones de los individuos con la ciudad desde diferentes puntos de vista, que van desde el modo de vida urbano, desde las patologías del comportamiento humano, de la evolución del espacio residencial, del comportamiento del vecindario en relación al espacio público o privado, de la delincuencia, de los transportes, de la pluralidad étnica hasta las tensiones que se producen entre un centro y una periferia. Pero lo que realmente interesa es ese espacio en su relación con hombres y mujeres, relación que se desarrolla en un entorno que tiene memoria, historia, sentimientos y emociones y que se identifica con el sujeto hasta lograr una simbiosis que lo caracteriza y define. Este es el lugar, no es solo espacio, que van a mirar algunos de los poetas que se destacan a continuación, más por el contenido de sus textos que por la fama del propio poeta, aunque a veces coincidan los dos elementos.

La ciudad se convierte, en manos de los poetas, en una especie de itinerario espiritual que todo ser racional ha llevado a cabo sobre la piel del mundo. En una obra titulada Libro de las ciudades (en homenaje a Cabrera Infante), José Lupiáñez (1998, p. 5) destaca que a través de la poesía, el lector debe encontrar lugares en los que se detuvo, quizás, admirado por la armonía de sus calles, por la belleza de sus plazas, por el esplendor de sus palacios o de sus jardines, pero echará en falta tantos otros que, incluso éstos mismos, le harán evocar con nostalgia. Ciudades, ruinas de ciudades –como puede verse en la cordobesa Medina Azahara, en la sevillana Itálica, en la extremeña Mérida o en ciudades de la cultura maya o azteca, en México, como la propia ciudad de México u otras como Tulum y Chichen Itzá-, lugares de ensueño –como Florencia–, ciudades amatorias –París o Venecia— o para el crimen –Edimburgo–. Primero se van recorriendo con asombro ante la esbeltez imposible de torres de leyenda, la belleza de sus fachadas, de sus pórticos, de cúpulas o el simple color de sus cielos. El recorrido real inspira la misma belleza que el propio recorrido lírico, parecido al virtual pero con infinitas texturas de sensaciones. Escribió Lupiáñez (1998, p.5) que si el hombre es fundador de ciudades e inventor de esos otros paisajes de callejas, edificios y parques que las configuran, también las ciudades tienen su poder sobre los hombres que en ellas viven, y los van moldeando y los van haciendo, imperceptiblemente, de su misma materia espiritual. Algo así capta el transeúnte, cuando compara la atmósfera distinta de las urbes. A través de los versos sobre ciudades se establece un retablo de emociones. Se trata de versos que invocan la presencia, el recuerdo, el aliento de urbes con nombre propio y vida propia en el mapa de la geografía sentimental. Las ciudades transmiten amor o rechazo, acogen al ser humano o lo expulsan. Cada mirada sobre la misma da una visión diferente de ella, cada momento del día ofrece un paisaje completamente desigual. No existen dos miradas que sean capaces de expresar un mismo sentimiento sobre una misma ciudad.

Ciudades centenarias amadas por los poetas

Medina Azahara está repleta de enigmas y éstos son revelados paulatinamente gracias a las nuevas tecnologías aplicadas a la arqueología, que están permitiendo desvelar detalles sobre la ciudad palatina de Abderramán III. Gracias a ellas es posible descubrir las plantas que exhalaban sus perfumes en los jardines del alcázar califal o los árboles que había en el patio de la mezquita de esa ciudad del siglo X mitificada y real a la vez. Pieza a pieza, ataurique a ataurique se han ido reconstruyendo los arcos, las estancias, las casas señoriales de la hermosa ciudad. Pero la leyenda, el amor, la belleza de Azahara también construye el imaginario de este lugar admirable que se engrandece día a día.

Cerca de 70 poetas contemporáneos de varias generaciones, tales como Ricardo Molina, Concha Lagos, Mario López, Pablo García Baena, José de Miguel, entre otros, festejaron en el libro Medina Azahara. El monte de la novia (Rodríguez, 2008) el momento resplandeciente del conjunto arqueológico tras la construcción de la sede de recepción para el visitante, que sirvió para conocer mejor la ciudad palaciega. Este libro es un canto unísono de los artistas a Medina Azahara. Transcurridos mil años desde que se construyera este lugar de ensueño para albergar a la corte más poderosa y culta de la tierra, más de 120 poetas y artistas plásticos plasmaron sus sentimientos en torno a este espacio seductor, que dio cabida a la magia de los sueños y que aún hoy emite un torrente energético tan fuerte que logra impregnar lo más hondo del alma de los creadores. Como muestra, solo una pieza poética de Ricardo Molina, autor de Elegías a Medina Azahara. El poema se titula Mientras tierna mejilla:

Mientras tierna mejilla y ojos verdes / y rojos labios y morena frente / y primavera en pecho delicado / y tallo de flor, lánguido, en cintura, / y dios sin velo en astro al mediodía / y rosa, rama, abeja y vino canten, / tú narciso de olvido, / tú, música cantándose a sí misma, / Medina Azahara, beso que se besa, / tú y yo, viviendo, amando, / dulce leyenda, vivos / y muertos, y olvidados, / presentes, y eternos, en canción, en amor. (Extraído de Rodríguez, 2008, p. 9)

Venecia fue una de esas ciudades que se convirtieron en España en una referencia emblemática de una generación de escritores, los de la década de los setenta del pasado siglo, a través del grupo denominado los Novísimos, del que formaron parte poetas como Guillermo Carnero, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Ana María Moix, Leopoldo María Panero y Pere Gimferrer. De este último se destaca un poema titulado Oda a Venecia ante el mar de los teatros, incluido en su libro Arde el mar:

Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos. / Con qué trajín se alza una cortina roja / o en esta embocadura de escenario vacío / suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes, / palomas que descienden y suavemente pósanse. / Componer con chalinas un ajedrez verdoso. / El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido / y una gota de plomo hierve en mi corazón. / Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora / la razón de las nubes y su velamen yerto. / Asciende una marea, rosas equilibristas / sobre el arco voltaico de la noche en Venecia / aquel año de mi adolescencia perdida, / mármol en la Dogana como observaba Pound / y la masa de un féretro en los densos canales… (Gimferrer, 1996, p. 20)

Se trata de una visión culturalista de la ciudad, en este caso a través de Pound, ya que la representación explotada por estos poetas se obtenía a través de los libros leídos más que por la propia vivencia de la ciudad. Son, en definitiva, perspectivas de carácter culturalista, obtenidas a través de referencias tanto bibliográficas como artísticas, de ahí que el mundo de la pintura adquiera un papel esencial. En cierta medida, las ciudades son idealizadas y no se acercan a ellas desde un punto de vista pragmático sino desde el ángulo puramente libresco.

Florencia es otra ciudad mágica muy admirada y cantada por los poetas españoles. Léase este poema breve de Víctor Botas (Oviedo, 1945-1994) titulado Florencia:

Una luna encarnada / allá en el aire /  y sola /  El repentino aroma/ de un ramo de violetas/  al salir/ de un café/  en vía Clazaiuoli/  Aquella/  rosa herida/  de muerte entre los pliegues/  de seda del crepúsculo/  El puente/  El frío/  Arno/  Fiésole/  Los cipreses/  soñando en las colinas/  La noche/  la de siempre/  la de todos/  los días/  ésa/  la que ya se te enreda en las pestañas. (Botas, 2012, p.15)

 Se trata de un texto sin puntuaciones distribuido prácticamente como si fuese un poema visual que también da una imagen idílica, casi virtual de la citada ciudad italiana. Asimismo, otras ciudades fueron objeto de codicia poética como las que describe en su obra Enrique Badosa, poeta catalán de la Generación del 50, que publicó un volumen titulado Mapa de Grecia, donde dedica muchos poemas a ciudades griegas. Véase el denominado Salamina: “Por esto ha sido escrito el Partenón/ con la más bella tinta de la tierra. / Por esto se ha labrado el pensamiento/ en la piedra más sabia y perdurable. / Por esto estás hablando en lengua libre”. (Badosa, 1979, p. 54)

Una ciudad tan bella como Roma fue evocada por Francisco de Quevedo, el gran poeta madrileño del siglo XVII en su poema titulado A Roma sepultada en sus ruinas, un soneto de factura perfecta, con elementos estilísticos y expresivos propios de su época, de ahí que al río romano lo denomine Tibre:

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!/ y en Roma misma a Roma no la hallas: / cadáver son las que ostentó murallas / y tumba de sí proprio el Aventino. / Yace donde reinaba el Palatino / y limadas del tiempo, las medallas / más se muestran destrozo a las batallas / de las edades que Blasón Latino. / Sólo el Tibre quedó, cuya corriente, / si ciudad la regó, ya sepultura / la llora con funesto son doliente. / ¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura, / huyó lo que era firme y solamente / lo fugitivo permanece y dura! (Quevedo, -edición de- 1969, p. 243)

Bizancio, referido a la capital del reino bizantino o Constantinopla, nombre antiguo de la actual Estambul, la trataron docenas de autores en la poesía española, especialmente los poetas Novísimos, como es el caso de Juan Luis Panero en su poema Constantinopla. Año 1453:

Olor acre de axilas depiladas, de perfume pasado de rosas, de estiércol pisoteado de caballos. / Sé, me lo han contado, que las murallas de la ciudad ya no pueden resistir al infiel. Todas las defensas han fracasado. / El pobre emperador, nuestro bien amado Constantino XI, intenta inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactar con el enemigo, firmar desesperados tratados de paz. Pero todo, lo sé, es completamente inútil. / Escucho griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías, eructos de borrachos. / Aún podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Pero ahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin. / Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos, humo pestilente. / En la hoja, con gotas de sangre, de un alfanje afilado, miro, tercamente, por última vez, el rostro de este pobre pecador abandonado. (Panero, 2009, p. 32)

En el rastreo de ciudades importantes del mundo es París una de las más admiradas por los poetas. Posee una atracción insólita por los cientos de textos creativos que ha generado. El escritor peruano César Vallejo escribió un poema muy especial sobre París titulado Piedra negra sobre una piedra blanca. Se trata de un soneto en el que expresa su deseo de morir en la capital francesa:

Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París —y no me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. / Jueves será, porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto / a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, / con todo mi camino, a verme solo. / César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros, / la soledad, la lluvia, los caminos... (Vallejo, 1968, p.23)

Córdoba es una de las ciudades más evocadas en los textos literarios. Recuérdense sencillamente los versos de Luis de Góngora: "¡Oh excelso muro, oh torres coronadas/ de honor, de majestad, de gallardía!"... A lo largo de la historia han cantado a esta ciudad poetas como Ben-Suhayd, Ben-Hazm, Ben Zaydun, Al-Mutamid, Ben-Quzman, Jerónimo Sánchez, Juan de Mena, Juan Rufo, Duque de Rivas, Salvador Rueda, Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Manuel y Antonio Machado, Villaespesa, Marquina, Carrere, Villalón, Porlán, Julio Aumente, Laffón, Rejano, Lorca, Ricardo Molina, Gerardo Diego, hasta llegar a Juan Bernier, que se refirió a ella líricamente con su “Amarillo perfil de arquitectura/ de cúpulas y torres coronado/ torso de duro mármol cincelado/ estatua de ciudad, Córdoba pura”... En Córdoba, pues, la inspiración es un torrente indefectible, cuya belleza urbana ha rociado de versos la inspiración de cientos de poetas. Véase, por ejemplo, un fragmento del “Soneto a Córdoba” de Julio Aumente con alusiones a Luis de Góngora: “Amarillo el limón, la palma ardiente, / …/ En las romanas piedras de tu puente / un arcángel destella luz alada, / ¡Oh silenciosa Córdoba callada, / dormida en el rumor de la corriente!” (Aumente, 2004, p. 56). Es el canto a la ciudad clásica, donde habla del Puente Romano y del Arcángel que lo preside y se refiere también a la corriente del río, cuando alude al Guadalquivir que recorre parte de la ciudad.

Una atractiva ciudad para los poetas es Lisboa. Miguel Florián, en su poema Atardecer en la ciudad blanca, escribe:

Aquí la eternidad es piedra herida, / plata que se incendia en el crepúsculo. / Aquí la mano ociosa de algún díos / trazó muchos destinos en la niebla. / Amo las tardes grises del otoño / cuando barcos desnudos, sin memoria, / se adentran en el alma. / Y dejan un perfume de salitre, / y una estela amarga de sirenas. / Tus tardes, ciudad mía, los quebrados / laberintos de costas infinitas. / El secreto de un mar inagotable, / o de mujer ahogada en tus pupilas. / …”/. ¿Quién no ama a Lisboa después de haber leído estos versos? (Florián, 2001, p. 169).

Rafael Guillén canta a Edimburgo. De este modo, el poeta granadino escribe:

[…] La ciudad, más abajo, cuadricula otra historia / de aceras y semáforos. Los árboles verdean / contra un fondo de negra pizarra en los tejados. / Pasa una nube y borra los bordes de las sombras. / Alguien en Edimburgo, pudiera ser yo mismo, / pasea su sorpresa esta mañana limpia / y se encuentra perdido como en un sueño hermoso. (Guillén 2010, p. 33)

Praga inspiró cientos de poemas. Se transcriben aquí unos versos titulados Celetná, vieja calle de Praga (Rodríguez, 1999, p. 9):

Tras aquel largo verano que paseamos por la vieja calle Celetná, camino de Karlova, / para ver una linterna deleznable, / perdí la pluma en casa de los Kafka, / mientras el cielo escupía los últimos ocasos: / Caretto Millesimo, Buquoy, Menhart. Sobre las casas, / nieve, un espesor antiguo en la noche desierta. / Los pasos que atraviesan Malá Strana / exhalan lo más noble / de sus torres doradas, perdidas sin pasiones en el gran castillo / donde se asienta la leyenda del callejón de oro. / Te vi perdida en la vereda blanca, / muy cerca de la tumba / del conde Vratislav Mitrowicz, y comprendí que aquélla sería mi ciudad. 

Fernando de Villena publicó un poema sobre Jerusalén:

En la clave del arco misterioso y sagrado / que en los mapas tendido forma el Mediterráneo, / como piedra angular / y por lo tanto corazón del mundo, / abre Jerusalén, / con esplendor de cáliz y corola, / sus terrazas de sol y lambrequines, / la gracia femenina de sus cúpulas / y el santo testimonio / de sus antiguas piedras. /…/ Jerusalén es grande, / pero mal vivirán varias serpientes / en un cofre de plata repujada. (De Villena, 1998, p. 43)

Sobre la ciudad marroquí de Fez –que posee una de las medinas más antiguas y grandes del mundo— escribió el poeta Juan Manuel González un poema titulado Medina antigua, Fez:

[…] Sonidos de raíces secas en las acequias. / La redondez del cielo es un aliento de almocárabes / ceño da a los tañidos bereberes del ahidu, / rasgados, cual vena abierta, al compás de sortijas-esmeraldas, / rabeles y relicarios, estuches cabalísticos de plomo / que guardan la voz de Dios en los cedros. / El incienso ensarta su pensamiento en la copa de cada calle, / envidioso de los arenales desbocados… (Extraído de Lupiáñez, 1998, p. 23).

América, gigantesca y profunda

Y ya en América, en el Nuevo Mundo, es necesario apuntar hacia Nueva York, ciudad que representa como ninguna otra la realidad de la vida actual y que ha despertado el interés de la mayoría de los poetas contemporáneos, existiendo una bibliografía abundante, recogida en los últimos años en dos libros de Neira (2012), uno teórico y otro de versos, donde se antologizan poemas de poetas como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, José Hierro y muchos otros. Probablemente, es el libro Poeta en Nueva York, de Lorca, el más popular de todos. En su poema La aurora, constata la gran inspiración de la metrópolis vertical, acristalada y deshumanizada que Nueva York inspira:

La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas. / La aurora de Nueva York gime / por las inmensas escaleras / buscando entre las aristas / nardos de angustia dibujada. / La aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible: / a veces las monedas en enjambres furiosos / taladran y devoran abandonados niños. / Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraísos ni amores deshojados; / saben que van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. / La luz es sepultada por cadenas y ruidos / en impúdico reto de ciencia sin raíces. / Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes / como recién salidas de un naufragio de sangre. (García Lorca, 1982, p. 45)

Las ciudades hispanoamericanas han sido muchas veces objeto de inspiración. Cabe destacar la aportación de Pablo Neruda, que escribió México (1940), un poema en el que invierte toda su admiración y amor por el país latinoamericano y se vuelca en la descripción de su origen, en el amor a sus gentes, haciendo referencia tanto a sus pobladores ancestrales como a las propias tierras que conforman aquel país primigenio. Todo ello en su estilo desbordante y rico, en el que las palabras se adueñan del poema y las imágenes se expanden dando razón de descripciones y sentimientos difíciles de explicar al margen de la poesía:

México, de mar a mar te viví, traspasado / por tu férreo color, trepando montes / sobre los que aparecen monasterios / llenos de espinas, / el ruido venenoso / de la ciudad, los dientes solapados / del pululante poetiso, y sobre / las hojas de los muertos y las gradas / que construyó el silencio irreductible, / como muñones de un amor leproso, / el esplendor mojado de las ruinas. / Pero del acre campamento, huraño / sudor, lanzas de granos amarillos, / sube la agricultura colectiva / repartiendo los panes de la patria. / Otras veces calcáreas cordilleras / interrumpieron mi camino, / formas / de los ametrallados ventisqueros / que despedazan la corteza oscura / de la piel mexicana, y los caballos / que cruzan como el beso de la pólvora / bajo las patriarcales arboledas. / Aquellos que borraron bravamente / la frontera del predio y entregaron / la tierra conquistada por la sangre / entre los olvidados herederos, / también aquellos dedos dolorosos / anudados al sur de las raíces / la minuciosa máscara tejieron, / poblaron de floral juguetería / y de fuego textil el territorio. / No supe qué amé más, si la excavada / antigüedad de rostros que guardaron / la intensidad de piedras implacables, / o la rosa creciente, construida / por una mano ayer ensangrentada. / Y así de tierra a tierra fui tocando / el barro americano, mi estatura, / y subió por mis venas el olvido / recostado en el tiempo, hasta que un día / estremeció mi boca su lenguaje. (Neruda, 2017, p. 157)

Gabriela Mistral le canta a su tierra chilena en el poema Noche andina, que viene a ser una especie de viaje interior, a sus orígenes, casi una búsqueda en lo recóndito de la placenta materna, de ahí que emplee en su canto poético una especie de llanto triste, una nana en la que invoca a su madre:

La noche de nuestra Patria / de estrellas acribillada / en cedazo a lo divino / está colando las almas. / Hierve así del esplendor / como una Escritura Santa. / ¿Por qué será que dormimos / cuando ella dice palabras / que el Día se desconoce / y que sólo de ella bajan? / Tanto fervor tiene el cielo, / tanta ama, tanto regala, / que a veces yo quiero más / la noche que las mañanas. / -¿Qué dices, qué, mama mía, / que no quieres la mañana? / -¿Es que sabéis nuestros nombres / más que se los sabe el alma? / ¿Qué miráis y qué veis, para / palpitar como azoradas? / O es que sólo nos decía: / Olvidad vuestra jornada / para que olvidada se alce / la memoria trascordada. / Arde, palpita, conversa / la Madre Noche estrellada, / anula faenas, cuidos, / y borra ruta y jornada. / Era mentira que el Día / canta, cuenta, y sabe y ama. / Es la Noche la nodriza / que sabe, que vela y canta, / la clara y profunda noche / de las manos alargadas. / Nos habla el tapiz de fuego / con urgidoras palabras. / Parece como que cantan, / de nuestro amor embriagadas. / Ay, perdimos en un tiempo / que la memoria nos guarda / por culpa que no sabemos / la lengua en que nos habla. / Las estrellas siguen dando / en densa leche dorada / sus pulsaciones ardientes / su exigencia apasionada. / Juntad las señas dispersas / y que bajen en palabras. / Arded más por ayudarnos. / Ya casi sois llamaradas. / Ya parece que cantáis / una estrofa única y alta. / -No deis más, que somos sólo / un niño, un cervato y este / atribulado fantasma. / -Mama, no sigas hablando, / me pones susto en el sueño. (Mistral, 1968, p. 86)

También canta a su propia tierra Jorge Luis Borges en su libro Fervor de Buenos Aires, y concretamente en el poema Arrabal, en el que el poeta manifiesta:

[...] divisé en la hondura / los naipes del poniente / y sentí Buenos Aires. / Esta ciudad que yo creí mi pasado / Es mi porvenir, mi presente; / Los años que he vivido en Europa son ilusorios. / Yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires. (Extraído de Lupiáñez, 1998, p. 6)

Alfonso Reyes le canta a Monterrey en su popular poema “El sol de Monterrey”:

Cuando salí de mi casa / con mi bastón y mi hato, / le dije a mi corazón: / -¡Ya llevas sol para rato!- / Es tesoro – y no se acaba: / no se acaba – y lo gasto. / Traigo tanto sol adentro / Que ya tanto sol me cansa.- / Yo no conocí en mi infancia / Sombra, sino resolana.  (Extraído de Lupiáñez, 1998, p. 27)

Tras su estancia en Nueva York, Federico García Lorca experimentó en La Habana una sensación de libertad y de alivio, ya que tras dejar atrás la ciudad de los rascacielos –aquella “Nueva York de alambre y muerte”- llegó a la América con raíces, la América de Dios, la América española, como la llamaría el propio Lorca. Escribió sus sentimientos y sensaciones en el apartado X de Poeta en Nueva York, titulado El poeta llega a la Habana. El poema se titula Son de negros en Cuba:

Cuando llegue la luna llena / iré a Santiago de Cuba. / Iré a Santiago / en un coche de agua negra. / Iré a Santiago. / Cantarán los techos de palmera. / Iré a Santiago. / Cuando la palma quiere ser cigüeña. / Iré a Santiago. / Y cuando quiere ser medusa el plátano. / Iré a Santiago / Con la rubia cabeza de Fonseca. / Iré a Santiago. / Y con el rosa de Romeo y Julieta / Iré a Santiago. / Mar de papel y plata de monedas. / Iré a Santiago. / ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas! / Iré a Santiago. / ¡Oh cintura caliente y gota de madera! / Iré a Santiago. / ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco! / Iré a Santiago. / Siempre dije que yo iría a Santiago / en un coche de agua negra. / Iré a Santiago. / Brisa y alcohol en las ruedas, / iré a Santiago. / Mi coral en la tiniebla. / Iré a Santiago. / El mar ahogado en la arena. / Iré a Santiago. / Calor blanco, fruta muerta. / Iré a Santiago. / ¡Oh bovino frescor de cañavera! / ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro! / Iré a Santiago. (García Lorca, 1998, p. 54)

                                                                                  
Materiales y métodos
En la mayor parte de este estudio se han analizado ciudades transformadas por los poetas. Se trata de un trabajo documental con carácter cualitativo, en el que se ha consultado más bibliografía de la expuesta, con un carácter descriptivo e interpretativo. Los poemas fueron los materiales abordados con un carácter práctico, ya que para el estudioso es difícil resistirse a mostrar tan preciado material que evidencia las ciudades y sus diferentes visiones. Cada poeta posee una perspectiva diferente, aunque todos miren a la misma ciudad. Jamás coincidirían en describir lo mismo. Quizás en el afán pasional por el arte, por la música de la poesía, se han acercado muchas ciudades con sus versos, los poemas de otros tantos líricos de distintas partes del orbe hispanoamericano. Lo científico se ha mezclado con la literatura y el producto metodológico ha respondido como herramienta a las necesidades del problema: el de ver la transformación de las ciudades tras el crisol de grandes mujeres y hombres de la literatura.

Resultados
Si se responde a la pregunta clásica de qué se encontró a lo largo de este estudio, se puede subrayar que se hallaron versos sobre cómo mirar a las ciudades del mundo, esos lugares donde habita parte de la humanidad y resultó que la literatura hallada y mostrada a los lectores de este estudio está cincelada con música, emociones y sentimientos. Ciudades antiguas, nuevas, milenarias o muy modernas están llenas de poder mágico, de un líquido de amargura, de alegría, de amor o de tristeza, ya que entra en juego la nostalgia, pero sobre todo se halló la visión nueva de la vieja ciudad o la mirada antigua de la metrópoli del mundo que jamás duerme. Igualmente, se insiste en una metodología capaz de observar cómo afectan las nuevas tecnologías a esas ciudades especiales como Nueva York y de qué manera puede proteger un género tan débil y tan fuerte como es la poesía en relación a las ciudades de mediana dimensión.

Discusión y conclusiones

Este es el momento en que un buen metodólogo tiene que dar la explicación sobre que significan los hallazgos encontrados en la investigación. Es el momento más difícil porque aquí entra en juego la aportación. Es necesario, pues, dejar constancia de que la mayoría de los poetas que han vivido o viven aún ha realizado su imaginario particular de las ciudades que han amado o simplemente han pasado por ellas dejando grabada su impronta. Alguna tan importante que ha quedado inscrita en el mármol, como el soneto a Córdoba de Góngora. Las ciudades que aparecen en este escrito de investigación se estudiaron con minuciosidad y luego se buscaron a los poetas para establecer la relación más perfecta, la imagen más nítida. La poesía puede transformar al mundo y de hecho se demuestra aquí -sencillamente a través de los fragmentos de poemas-, que, en efecto, transforma a las ciudades, que a partir de ellos se contemplan de otra forma: la mirada única, perfecta que sólo un artista puede expresar. Finalmente, hay que señalar que este trabajo constituye un esbozo de la línea de investigación que se sigue en torno a la relación entre la literatura y la ciudad, esencialmente la poesía (también se ha trabajado en la narrativa), lo que genera una lectura más completa junto a otras visiones y aportaciones de disciplinas cercanas a la sociología, la arquitectura, el urbanismo y las humanidades en general. En definitiva, se trata de establecer la correlación entre ciudad y poesía como un imaginario de los mitos y las fascinaciones que generan los fantásticos o tristes lugares donde viven los seres humanos.

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